MNM – 89

MNM – Episodio 89

 

Fidelis no era el único que pensaba que el trabajo sería difícil.

Irenea también sospechaba que sacar a Nika no sería fácil.

El Vizconde Kerton no dejaría a Nika desatendida, ya que necesitaba sacar provecho de su presencia a toda costa.

Entonces, ¿no sería mejor, entonces, reducir el número de ojos que la vigilaban?

Tras enterarse de que César y los demás caballeros Benoit estaban en una larga reunión, Irenea escribió una carta.

Iba dirigida nada menos que al Conde de Touleah.

El Conde de Touleah juró lealtad a Irenea y a César.

Él jamás rechazaría la mano extendida de Irenea.

En pocas horas, Irenea recibió la respuesta que deseaba.

[‘Yo me llevaré al Vizconde Kerton, Su Alteza la Archiduquesa. Él estará fuera de la oficina de 5:00 a 8:00 de la tarde de hoy.’]

Como lo esperaba.

Irenea dobló la carta y la quemó con una vela.

El Conde Kerton debe sentirse acorralado, así que quería aferrarse a cualquier mano que pudiera ofrecerle ayuda.

En ese contexto, incluso si en su momento lo hubiera traicionado, la mano que le extiende un antiguo camarada será bienvenida.

Irenea le advirtió al Conde Touleah que no tocara la comida mientras estuviera con el Vizconde Kerton.

Era posible que el Vizconde Kerton cambiara de opinión e intentar asesinar al Conde Touleah para demostrarle sus méritos a Rasmus.

“Emma. Dile a César que venga a verme.”

“Sí, Su Alteza la Gran Duquesa.” (Emma)

César, llamado por Irenea, llegó rápidamente, como si la hubiera estado esperando.

Ella presenció cómo su expresión rígida se suavizaba en el instante en que sus ojos se cruzaban con los de ella.

César, con una sonrisa en el rostro, abrazó a Irenea.

Irenea, sentada en una cómoda silla disfrutando de la brisa, se sobresaltó por el repentino abrazo y lo apartó, pero el firme César no se movió ni un ápice.

Tras haber estado en brazos de César tantas veces, Irenea se había acostumbrado un poco.

“¿Qué pasa?”

Irenea preguntó, nerviosa. Con uno de los dos era demasiado proactivo, la audacia de Irenea hacía rato que había desaparecido.

César besó brevemente el rostro de Irene en varios lugares y preguntó en un susurro.

“¿No me llamaste porque me extrañabas?” (César)

“¿Eh…?”

Irenea parpadeó. La mirada de César era directa, como si sus palabras en ese momento fueran pura sinceridad.

Habían estado enredados en el mismo lugar hasta el momento en que abrieron los ojos, ¿y ahora dice que la extraña?

Irenea tragó saliva con dificultad.

Sentía que decir algo inapropiado ahora solo desataría a la bestia de nuevo.

Irenea sonrió con incomodidad y negó con la cabeza.

“No es eso…”

“Te extrañé. Aunque el tiempo que estuvimos separados fue corto, te extrañé.” (César)

Esas palabras directas y honestas le llegaron al corazón a Irenea. La honestidad de César a menudo la conmovía.

Irenea tragó saliva con dificultad. ¿Qué podía decir para superar ese momento?

Ni el temblor de su corazón, ni la constante caricia de sus dedos.

Incluso el impulso de abrazar a César una última vez… Quería ocultarlo todo.

Irenea desvió la mirada hacia otro lado.

“No fue eso Irenea, ¿verdad?” (César)

“Si digo que no, ¿César se sentiría muy decepcionado?”

Preguntó Irenea en voz baja, con un deseo irrefrenable de darle la respuesta que él quería, y a la vez, de ir al grano.

“No creo que tenga motivos para estar decepcionado con Irene. Aunque no pueda leer la mente de los demás, puedo leerle los verdaderos sentimientos de Irenea. Aunque digas lo contrario, es verdad.” (César)

“¿Cómo puedes estar tan seguro?”

“Confío en la forma en que Irenea me mira. Dicen que los ojos son el espejo del alma. Pero Irenea siempre…” (César)

“¿Siempre?”

Irenea se tocó los ojos.

¿Cómo fue su primer encuentro con César?

Recordaba haber estado ocupada tratando estar contener las lágrimas que se le habían escapado sin darse cuenta.

Aunque fingió no darse cuenta y lo ignoró, Irenea seguramente tenía a César en su corazón incluso en ese momento.

Porque en el momento en que regresó al pasado, fue lo primero que le vino a la mente.

Aunque Irenea ni siquiera se atrevió a pensar en él porque no era digna, César siempre ocupaba un lugar especial en su corazón.

César, el que le hablaba del mar, César que le tendió la mano cuando todos los demás le daban la espalda.

Ella sintió alivio, primero al saber que el César al que había matado estaba vivo, y segundo al pensar que tal vez podría salvarlo esta vez.

“¿Qué clase de mirada tengo cuando miro a César?”

Irenea insistió en obtener una respuesta.

“…Una mirada sedienta.” (César)

“¿Sedienta?”

“La sed de quien no puede tener lo que desea, eso siempre ha estado en los ojos de Irenea, impregnado de un anhelo ferviente.” (César)

César posó sus labios sobre la oreja de Irenea.

“Eso… iba dirigido a mí, ¿verdad?” (César)

Él la levantó y la sentó sobre la mesa. César sujetó la mesa, que se tambaleaba, con ambas manos para estabilizarla.

“¿No es así como me miras?” (César)

“César…”

Irenea tragó saliva.

Otra vez en esa situación. La tensión entre ellos hacía que le hormigueara las yemas de los dedos.

Los párpados de Irenea temblaron.

“Irenea.”

César mordisqueó el lóbulo de la oreja de Irenea y luego lo soltó. Era un acto que la instaba a responder.

“…Así es.”

Respondió Irenea, fingiendo resignación.

“Supongo que sí. Desde mi vida pasada… te he estado esperando.”

La voz de Irenea se quebró.

La honestidad de César se convirtió en un arma para sacar a relucir la honestidad de Irenea.

Inconscientemente, Irenea reveló sus sentimientos, sentimientos que ni siquiera había podido examinar antes.

“Ahí lo tienes. Así que era a ti a quien quería ver.”

César sonrió, con el rostro fresco como el mar en verano.

“Supongo que sí.” (César)

Irenea dijo con un suspiro.

“Aun así, quiero decirte algo en serio, César.”

“Sí.” (César)

César asintió, con una expresión de satisfacción en el rostro, lucía la sonrisa de quien por fin había obtenido la respuesta que deseaba.

César le dijo a Irenea:

“Lo que sea, lo haré por ti. Solo habla.” (César)

“El Vizconde Kerton estará ausente de 5:00 p. m. a 8:00 p. m. hoy. El Conde de Touleah ha accedido a reunirse con él.”

César asintió.

“Este asunto no debe fracasar, ni debe ser descubierto, el Vizconde Kerton es una réplica perfecta de Rasmus, quiere hacer méritos a toda costa, cueste lo que cueste, para llamar la atención de Rasmus. Si nos pillan esta vez, intentará culparnos de la muerte de Nika, la Archiduquesa.”

Ese era el método que Irenea había ideado.

Irenea había aprendido mucho sobre Rasmus durante el tiempo que pasó a su lado. Podía intuir cómo pensaba y actuaba.

Inicialmente, mataría a Nika para ganarse la simpatía de la gente.

Pero, ¿qué pasaría si los pillaban?

Kerton mataría a Nika sin problemas y culparía de todo a Benoit. Afirmaría que Nika era la verdadera Santa y que Benoit la mató para silenciarla.

“Entendido.” (César)

“César.”

“Sí.” (César)

“¿Irás en persona?”

“No lo haré. Elegiré a los más pequeños para llevar a cabo el trabajo. El resto nos encargaremos de las tropas restantes afuera. El padre Fidelis también ha dicho que ayudará.” (César)

“Si fuera el Padre Fidelis… podría congregar a la gente en un solo lugar. Probablemente tratarán de salir, aunque sea un momento para ver al sacerdote, eso facilitaría un poco las cosas. Nika es nuestra testigo clave. Rasmus no deja pruebas, seguramente, lo que le hizo a Nika ya se ha hundido en el fondo del pantano.”

Si Nika, es rescatada sana y salva y podría testificar correctamente y la desesperación de Rasmus se aceleraría.

No solo perdería las cosas una a una, como agua que se escapa por el desagüe, sino que las perdería todas a la vez.

Irenea quería deshacerse de Rasmus antes de que pudiera atacar a César con tácticas aún más crueles.

¡Si tan solo pudiera!

“No tienes que preocuparte demasiado, Irenea, puedo hacerlo bien.” (César)

“César…”

Ese asunto superaba las capacidades de Irene, por lo que la preocupaba; su habilidad para teletransportarse usando poder sagrado se limitaba únicamente a ella misma.

No es que no lo hubiera intentado. Lo intentó con Emma, ​​por si acaso, pero no pudo transportarla.

“Solo tienes que pensar en mí.” – Dijo César con una sonrisa.

“Solo espera a que regrese esta noche después de completar la misión.” (César)

“…”

César le dio a Irenea un breve beso.

Irenea tenía una expresión de sorpresa, como la de un animalito asustado.

“No tienes que pensar en nada más, Irenea. Solo piensa en la recompensa que me darás cuando regrese después de terminar el trabajo.” (César)

“¿Una recompensa?”

César asintió.

“Sí, una recompensa. ¿Sabes? ¿La que se le da a alguien cuando hace algo bien?” (César)

“¿Qué te gustaría recibir…?”

Irenea preguntó con expresión ligeramente ansiosa. Parecía que César, en su estado actual, ya habría decidido qué decir.

César susurró suavemente.

“Una recompensa como las que reciben los adultos. Algo que solo los adultos pueden hacer.” (César)

El rostro de Irenea se puso rojo como un tomate.

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