MNM – 78

MNM – Episodio 78

 

La expresión de Frederick era sombría, su rostro pálido reflejaba la impresión de haber presenciado la muerte. Irenea se levantó de golpe.

“¿Es demasiado tarde?”

Si no podía salvar a Fidelis, Irenea sentía que había perdido la mitad de la razón por la que había ido hasta allí, deseaba con desesperación hacer algo por César y Benoit, si estaba a su alcance de lo que Irenea podía hacer.

“Creo que debería salir de inmediato.”

Ante la insistencia de Frederick, Irenea también se apresuró. Había gente reunida bajo el barco, los que hacían fila ordenadamente para recibir medicinas, los que se movían con prisa ayudando con diligencia, e incluso la gente de Benoit, todos estaban concentrados en una sola dirección.

Un niño llorando y un hombre inconsciente en una camilla.

Era Fidelis.

La gente se reunió frente a Fidelis, juntando las manos y ofreciendo oraciones.

“¿Ha fallecido?”

Preguntó Irenea con voz lenta y tensa, se apoyó contra la pared para sostener su cuerpo debilitado.

“No, pero parece que ya ha comenzado la necrosis avanzada.” (Frederick)

Un destello de esperanza cruzó los ojos de Irenea.

Si estuviera vivo, podría hacer algo. Irenea desembarcó rápidamente del barco, la gente reunida se apartó para dejarle paso.

“Padre Fidelis.”

“…Su Alteza la Gran Duquesa.” (Fidelis)

Afortunadamente, aún estaba consciente.

Ampollas cubrían su rostro, algunas reventadas, mostrando signos de necrosis avanzada. El niño le suplicó a Irenea con lágrimas en los ojos:

“¡Por favor, sálvelo! ¡El Padre Fidelis, no debe morir!” (Niño)

Las súplicas del niño también infundieron valor a quienes lo rodeaban.

Fidelis, que había estado cuidando a los enfermos desde su llegada, los había atendido incansablemente, limpió los rostros de los pacientes a quienes todos temían y evitaban, y rezó por ellos. La sonrisa que se extendió por su rostro sereno era el único consuelo para quienes lo rodeaban.

Les dio esperanza de que tal vez podrían sobrevivir.

Irenea se arrodilló junto a Fidelis.

Alguien como ella no era digno de convertirse en la Santa. Personas como Fidelis deberían haber sido tratadas como ella. Irenea tomó la mano de Fidelis.

“Estoy bien, Su Alteza la Gran Duquesa…” (Fidelis)

Irenea acarició la mejilla de Fidelis. La gente jadeó al ver cómo Irenea acariciaba sin reparos el rostro desfigurado y lleno de ampollas, sin dudarlo.

“Como se espera de la Santa…”

Irenea abrió los labios y susurró.

“Hay gente esperando, Padre Fidelis. Se entristecerán mucho si usted no regresa.”

“…Su Alteza la Gran Duquesa.” (Fidelis)

“…La Gran Dama lo espera, Padre. Debe reunir fuerzas e ir a verla.”

Los ojos de Irenea, que estaban secos, se llenaron de lágrimas.

Las manos de Fidelis estaban inusualmente frías, ya podía sentir cómo el aliento de Dios abandonaba a Fidelis. Probablemente había estado soportando el dolor durante mucho tiempo, convencido de que si se desplomaba, todo estaría perdido.

‘¿Podré hacerlo?’

El miedo la invadió, se había jactado con tanta vehemencia de traería de vuelta a Fidelis, pero temía lo que sucedería si fracasaba. Los rostros decepcionados de César y la Gran Dama parecían destellar ante sus ojos, no quería decepcionarlos.

Irenea se armó de valor.

Fidelis sonrió levemente.

“Está bien, de verdad que está bien. Le he dicho a Diana todo lo que quería decirle, ella entenderá si me marcho primero.” (Fidelis)

“Padre Fidelis…”

Irenea cerró los ojos.

Una suave brisa sopló en el lugar donde antes había permanecido inmóvil.

La leve brisa comenzó a crear olas cada vez más grandes, y el aliento de los dioses se cernía en el extremo del viento. Una luz blanca pura giró alrededor de Irenea y Fidelis, creando un torbellino.

La gente contuvo la respiración y miró fijamente a Irenea y Fidelis.

Un milagro.

Esa era la única palabra que podía describirlo. El milagro de Dios que Irenea estaba obrando.

Una luz blanca impregnó a Fidelis. Un poder sagrado sin parangón comenzó a extenderse por el puerto. La sensación de frescura que habían sentido el primer día que llegó Irenea los envolvió. Una bocanada de aire fresco penetró en el puerto, antes impregnado del hedor de la muerte.

La gente lo vio.

Vio como las ampollas que cubrían sus manos desaparecían, y nueva carne brotaba de las zonas necróticas. Si bien no podían recuperar los dedos perdidos, se les estaba dando nueva vida. Era un milagro que solo Dios podía obrar.

El milagro también llegó a Fidelis.

Las ampollas se desvanecieron como por arte de magia, la carne ennegrecida y muerta se desprendió, y nueva carne comenzó a llenar el aire.

“¡Su Alteza, la Gran Duquesa…!” (Fidelis)

Fidelis llamó a Irenea, casi como un gemido.

Podía sentir el aliento de Dios llenándolo por completo. ¡La profecía era real! Hablaba de una Santa con cabello plateado divino. Irenea irradiaba tal poder divino que parecía una diosa. La gracia de Khaleesi cubrió todo el puerto.

El cabello plateado de Irenea ondeaba, parecía como alas revoloteando, parecía que las canciones de Dios se escuchaban alrededor de Irene.

“¡Oh, Dios mío…!”

El asombro estalló espontáneamente.

La gente se arrodilló ante Irenea, no podían evitarlo ante el milagro que había obrado. Fidelis, que parecía que en cualquier momento iba a exhalar su último aliento, se incorporó.

Gotas de sudor brotaron de su pálida frente.

El poder de Irenea disipó los suspiros y las lágrimas de la gente, llenando el lugar de risas. Pero Fidelis no pudo ni siquiera abrir la boca ante la noble fuerza de Irenea.

Pronto, la luz blanca comenzó a desvanecerse.

“¡Ah!”

Irenea respiró con dificultad, con los ojos muy abiertos, jadeaba buscando aire con dificultad, como si la hubieran sacado del agua. Con el rostro más pálido de lo normal, tocó el suelo.

“¡Su Alteza, la Gran Duquesa!” (Fidelis)

Fidelis ayudó a Irene a levantarse.

“Hmph.”

Irenea se acurrucó, con el rostro contraído por el dolor.

‘Así que es así…’

Todo tiene un precio.

El precio del milagro que Irenea había obrado la atormentaba. El dolor, las lágrimas y el miedo de la gente se combinaban para estremecerla. El dolor, la sensación de retorcimiento en las entrañas, las náuseas, persistían.

Finalmente, Irenea rompió a llorar y perdió el conocimiento.

Fidelis levantó rápidamente a Irenea en sus brazos. Los dedos del pie que se le habían caído debido a la necrosis no se le restauraron. Sin embargo, recuperó la vida y la epidemis, que se había considerado un castigo divino, se apartó de él.

Fidelis avanzó cojeando, llevando a Irenea en brazos.

La imagen del sacerdote moribundo cargando a la Santa, quien había realizado un noble sacrificio, evocó un sentimiento de reverencia, como si presenciaran una escena mítica.

La gente se quedó sin palabras. No solo le había salvado la vida Fidelis, sino también la de todos los presentes por igual.

Una oleada de emoción los inundó.

“¡Es la Santa!”

“¡La verdadera Santa ha aparecido!”

La noticia se extendió como la pólvora, llegando a la Capital Imperial.

Por naturaleza, los rumores más desesperados viajaban más rápido. Y esa vez no fue diferente. Bastaron dos días para que las historias de quienes habían sobrevivido gracias al milagro de Irenea llegaran a la Capital Imperial.

La gente acudió en masa al sur, donde Irenea había anclado.

Todos sostenían una flor en la mano y se arrodillaron con las manos juntas para honrar el milagro de Irenea.

 

* * *

 

Residencia del Archiducado de Benito.

<¡Clang!>

El vaso que Rasmus había lanzado se hizo añicos contra la pared. El asistente, cuyo rostro fue rozado por los fragmentos de vidrio que salieron disparados en todas direcciones, inclinó aún más la cabeza.

“¡Disculpe, Su Alteza el Archiduque…! Corre el rumor de que la Archiduquesa de Benoit está realizando milagros extraordinarios y salvando vidas. No solo posee un cabello divino, sino que incluso ha resucitado a personas al borde de la muerte. Además, la poción curativa que Benoit envió ha demostrado ser efectiva, ¡por los que las voces de quienes elogian a Benoit no dejan de crecer…!” (Asistente)

“¡Tonterías! ¡La Santa ha muerto!”

Rasmus golpeó la mesa. Irenea Aaron estaba muerta. ¿Acaso no fue por eso que Rasmus creó una Santa falsa?

Era evidente que Benoit también había recurrido a un extraño truco, utilizando a una falsa Santa. ¿Cómo podía haber varias Santas en una misma época?

Rasmus apretó los dientes.

“Llévate a Nika al sur. Ve al sur y comprueba la veracidad de los rumores, ¡y convierte a esa mujer en Santa! ¡Haz creer a la gente que no es la Santa de Benoit, sino la de Benito, la verdadera Santa!”

“¡Su Alteza…!” (Asistente)

“Si no puedes hacer eso, no te molestes en volver.” – Espetó Rasmus con frialdad.

El asistente, que había estado murmurando, volvió a inclinar la cabeza, hizo una reverencia y salió de la oficina. Era el primer tackle que Rasmus recibía, quien solo había escuchado noticias de victoria día tras día. Los ojos de Rasmus brillaron con un destello.

“¿Crees que voy a dejarlo pasar?”

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