MNM – Episodio 70
“¡¿Qué demonios?! ¡De ninguna manera!” (César)
“Pero, César. Se dice que el padre Fidelis está allí. Solo yo puedo salvarlo.”
César contuvo la respiración.
Esta vez, el rostro de César palideció por completo, reflejando el dolor que sentía. César exhaló lentamente y se llevó la mano a la rodilla. Intentó sonreír con calma, pero su agitación era evidente.
Desde el principio, nunca se le dio bien mentir.
“¿Quién… dijiste?” (César)
“El Padre Fidelis.
“¿Por qué él…?” (César)
“Dicen que el Archiduque Benito lo señaló. Por eso el Padre Fidelis fue allí, y es posible que ya esté enfermo.”
“…Irenea. Eso…” (César)
Los ojos de César se enrojecieron, sintió un nudo en la garganta y no pudo continuar, pero exhaló un suspiro. Mientras él permanecía en silencio, Irenea tomó la iniciativa.
“No iré sola, me gustaría llevar a algunas personas de la Gran familia ducal de Benoit conmigo y también necesito personas que me protejan y demuestre mi valía… Y, César, te garantizo que puedo traer a todos de vuelta sanos y salvos.”
“Yo… Irenea…” (César)
“Ya te lo dije, vine con una profecía de Dios… Para protegerte. Creo que César también entendió lo que eso significaba, así que no voy a enfermarme ni a morir por esto.”
“Aun así, es peligroso.” (César)
César negó con la cabeza.
Se odiaba a si mismo por no poder oponerse firmemente ante la palabra ‘Fidelis.’
Pero su agonía era larga, y la respuesta de César, breve.
“El padre Fidelis sigue el camino de Dios. Sin duda es honorable…” (César)
“¿En serio? ¿Y la Gran Dama? ¿Y el corazón del Padre Fidelis? Puedo traerlo de vuelta con vida, César. Y no me rendiré sin luchar.”
Irenea respiró profundamente.
“En realidad, había previsto esta situación, también sé cómo preparar la cura. Por eso he estado preparando la medicina con Bigtail durante este tiempo.”
César alzó la vista y miró a Bigtail, este asintió, como para confirmar sus palabras.
“No culpes a Bigtail, él solo hizo lo que le dije.”
Irenea continuó rápidamente. El proceso de decir la verdad era, como siempre, arduo y difícil. Incapaz de sostener la mirada de César, Irenea bajó la cabeza.
“Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por César, este incidente también es una de esas cosas. Si César lo hubiera sabido, seguro que… habría advertido a los demás y sugerido distribuir el medicamento.”
“No puedo negarlo.” (César)
“Eso habría sido lo correcto, pero yo no lo hice. Convencí a gente que de todos modos no me creerían e insistir en distribuir el medicamento… No veía la razón para hacerlo, pensé que sería más fácil usarlos.”
“Irenea.” (César)
“Critícame si quieres, hazlo… pero creo que tomé la decisión correcta. La gente tiende a creer lo que ve, si hubiéramos intentado tomar medidas preventivas, habría sido una pérdida de tiempo.”
“Irenea.” (César)
César la llamó de nuevo, odiaba cómo Irenea agachaba la cabeza como una pecadora. Esperaba que Irenea nunca volviera a poner esa cara.
“…Tú y yo somos personas diferentes, nuestros pensamientos y valores son diferentes. Por lo tanto, no tengo ninguna intención de imponerte los míos, Irenea.” (César)
“….”
“Tu juicio fue correcto, así que eso debió mover a Bigtail.” (César)
“¡Hmm!”
Bigtail se aclaró la garganta, sorprendido por la repentina mención de su nombre.
Irenea escuchó atentamente a César, naturalmente, esperaba que la acusara de engaño y se enojara con ella, pero César era diferente.
“E Irenea, me importan las personas que puedes salvar con el medicamento que creaste. Creo que hay más personas que se podrán salvar gracias a ti que las que no has salvado, así que no creo que tus estándares morales estén equivocados.” (César)
“Ce-Ce-Ce…”
Irenea levantó lentamente la cabeza, César seguía sonriendo.
“Gracias por ofrecerte a salvar al padre Fidelis.” (César)
“César…”
“Gracias por ofrecerte a ir por él. Pero yo tomaré la medicina.” (César)
“¡César!”
Ella lo sabía. Irenea lo llamó su nombre con voz aguda.
“¡Soy yo quien tiene el poder sagrado! ¡Y no te dije, que si yo no estoy, el padre Fidelis no podrá sobrevivir.”
“No puedo ponerte en peligro para salvarlo.” (César)
“¿Entonces lo harías por mí?” (Gran Dama)
La Gran Dama irrumpió.
Había interrumpido la discusión entre los dos, la doncella estaba detrás de la Señora con expresión asustada. La Gran Dama se acercó caminando lentamente.
“¿Poder sagrado, Irenea? ¿Te refieres a poderes curativos?” (Gran Dama)
“Sí, señora.”
“¿Es cierto que puedes salvar a Fidelis?” (Gran Dama)
“Sí, así es. Si la necrosis no ha comenzado, puedo hacerlo.”
“Entonces sálvalo.” – La Gran Dama sentenció.
César, que la observaba en silencio, ni siquiera la miró, mientras la Gran Dama volvió a hablar con Irenea.
“Salva a Fidelis, te lo ruego. Haré lo que quieras, Irenea. Si hay alguna forma de salvarlo, haz lo que sea. Si lo deseas, venderé todo Benoit. Así que, sálvalo.” (Gran Dama)
La Gran Dama habló con fervor.
No quedaba ni rastro de su anterior actitud autoritaria, así de desesperada debía estar la Gran Dama por esa tarea. Irenea se volvió hacia César.
El aliado que había acudido a Irenea tenía el poder de dejar indefenso incluso a César.
“…Lo haré, Gran Dama. Haré lo que sea necesario para que el padre Fidelis vuelva con vida.”
La Gran Dama se tambaleó y cayó en el sofá, las criadas la ayudaron a sentarse.
Le sirvieron una taza de té a la Gran Dama, que visitaba el despacho de César por primera vez en mucho tiempo.
“César.” (Gran Dama)
La Gran Dama pronunció el nombre de su hijo después de mucho tiempo.
“Si de verdad eres mi hijo y consideras a esa persona como tu padre, entonces deja ir a Irenea.” (Gran Dama)
“Madre, yo…” (César)
“Esa es mi última petición, César. Lo he escuchado todo, Irenea tiene poder sagrado y no morirá, estoy segura de que volverá. Así que…” (Gran Dama)
“Irenea correrá peligro.” (César)
“Lo siento.” (Gran Dama)
César miró alternativamente a Irenea y a la Gran Dama.
Aunque eran completas extrañas, sus rostros obstinados parecían compartir algo en común. Tanto Irenea como la Gran Dama habían tomado una decisión: Irenea decidió marcharse y la Gran Duquesa decidió salvar a Fidelis.
En esa situación, César tenía pocas opciones.
“…Vuelve pronto, Irenea.” (César)
Sería mejor que arrepentirse de por no haberla dejado ir. César se consoló a sí mismo de esa manera.
Su corazón ardía con un deseo intenso por alguien que aún no se había marchado. Aunque la tenía justo delante, sentía como si no la hubiera visto en años.
“Enviaré a Sir Frederick. Y tú llévate a Emma y a algunos caballeros más.” (César)
“Sí, César.”
“Y debes seguir sus instrucciones al pie de la letra. No debes olvidar que lo más importante es Irenea.” (César)
“Lo prometo.”
Irenea asintió con vehemencia.
Un aliado inesperado la ayudó a convencerlo. El rostro de César estaba sombrío, pero Irenea creía que pronto se recuperaría.
“Definitivamente volveré. Todos juntos, a salvo.”
“También sería bueno que lleves a Bigtail.” (César)
“Lo dejaré aquí, César. Bigtail se quedará en mi lugar para ayudar a distribuir y vender la medicina.”
“Entonces elegiré a uno de los otros caballeros. Alguien que sea bueno en lo que hace.” (César)
“…Gracias, César.”
César hizo una pausa.
En su campo de visión captó a Irenea y a la Gran Dama sentadas juntas. No es que se haya rendido porque los deseos de César fueran inferiores a las de ellas, sino que a veces la rendición era la clave de la victoria.
Si César se resistía allí y no la dejaba ir, sus vidas se sumirían en la oscuridad de otra manera.
El camino de César estaba completamente bloqueado por delante y por detrás.
César sonrió con amargura.
¿Sería fácil para Irenea dejarlo?
¿Acaso ella seguía viendo su relación solo como un contrato?
Todavía no tenía el valor de pedírselo. El corazón de César estaba lleno de Irenea, y ni siquiera podía imaginar separarse de ella.
* * *
Rasmus anunció repentinamente su matrimonio.
No era con Karolia, como quien todos esperaban, sino con una plebeya a la que nunca habían visto. Sin embargo, lo que la hacía única era el color de su cabello, era una mujer con cabello plateado.
La mujer y Rasmus se dirigían al templo para firmar sus votos matrimoniales.
Quienes vieron a la mujer gritaron.
“¡¡¡E-Es la Santa!!!”
“¡La Santa ha venido por nosotros!”
“¡¡¡Waaaaaaa!!!”
Rasmus frunció el ceño, a diferencia de la mujer, cuyos oídos, ojos y boca estaban tapados, Rasmus estaba ileso, por lo que la agarró del brazo.
“Sonríe.” (Rasmus)
La mujer sonrió por reflejo.
“¿Así es como se supone que debe lucir la expresión de una novia el día de su boda? Un lugar con el que una plebeya ni siquiera podría soñar, ¿verdad, Nika?” (Rasmus)
Se llamaba Nika.
Pero la mujer no pudo responder. Al ser ciega de nacimiento y tener la boca y los oídos tapados por la fuerza, solo podía sentir que la arrastraban a algún lugar, aislada del mundo.
‘Este es el camino que he elegido.’
No había macha atrás.
Ella se convertiría en la sustituta de la Santa, tal como Rasmus lo había inventado, y salvaría a quienes sufrían por la plaga.
‘Dios se enojará.’
Probablemente ella vaya al infierno.
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