MNM – 12

MNM – Episodio 12

 

El poder divino tenía un rango de aplicación muy amplia, ese poder le permitía a Irenea, que solo tenía unos músculos básicos, actuar como un caballero formidable. Entre ellos incluía escalar un muro que parecía mucho más alto que ella, saltar un muro con las piernas cubiertas de poder divino era una hazaña sencilla.

“Es como un conejo.” (Bigtail)

Bigtail negó con la cabeza. César, que ya había escalado primero, escondió a Irenea en la maleza; afortunadamente, al ser un lugar apartado, el alto muro creaba sombras más largas y oscuras que en otras zonas, impidiendo que muchos pasaran. Quizás por eso habían bajado la guardia.

“¿Quién anda ahí?” (Paladín)

Un paladín de patrullaba descubrió a Bigtail, justo cuando acababa de saltar el muro.

El corazón de Irenea se hundió, en ese momento, no pudo evitar reflexionar sobre una multitud de pensamientos. ¿Cuál sería de su destino si la capturaban allí? Rasmus la capturaría y la encarcelaría de nuevo. Entonces, independientemente de si sus poderes se manifestaban o no, podría obligarla a entrar en su dormitorio y a tener un hijo suyo.

Rasmus era el tipo de hombre que haría lo que fuera para mantener a Irenea atada a él.

Irenea, pálida como la muerte, se aferró al brazo de César, una pequeña mano con forma de gancho se clavó en la ropa de César. César, al ver eso, palmeó la pequeña mano con expresión tranquila.

“Está bien.” (César)

Irenea giró su rostro tenso hacia César, la expresión de César, susurrando con ternura, permaneció tranquila. La barbilla de Irenea, oculta bajo su capucha, tembló. La tranquila respuesta de César se sintió como si su sangre, que se había enfriado, volviera a la temperatura normal.

El cielo azul claro inundó a Irenea.

‘Está bien. No va a pasar nada.’

Irenea apretó los dientes, los recuerdos del pasado, que siempre agitaban sus emociones, se cernieron sobre ella, helándola hasta la punta de la garganta.

Aunque solo habían pasado unas horas desde que lo había vuelto a ver, sentía que habían pasado mucho más tiempo juntos.

Los pasos se acercaban.

Justo se detuvo frente al matorral donde César e Irenea se habían escondido, conteniendo la respiración.

<¡Clang…!>

César desenvainó la espada que llevaba atada a la cintura, cuando César hizo un gesto hacia atrás, Bigtail se enderezó como una bestia acechando a su presa.

Y justo entonces, el oponente apartó la maleza con la vaina.

“¡Keuhp!”

Bigtail voló con la agilidad de un leopardo, agarrando al paladín por la nuca y arrastrándolo hacia la maleza. El paladín forcejeó, incapaz de siquiera gritar, mientras una mano cruel le amordazaba la boca. Fue César quien dejó inconsciente al paladín, desenvainó su espada y lo golpeó en el plexo solar.

Todo ocurrió en apenas treinta segundos.

Irenea, que observaba la escena con la mirada aturdida, parpadeó.

‘Entonces, realmente no pasó nada.’

Se movieron con precisión al unísono, como si hubieran estado preparados para ser detectados desde el principio, quizás porque habían calculado y se habían preparado con anticipación para todos los escenarios posibles.

El paladín, desmayado por el impacto, se acurrucó en posición fetal y rodó por el suelo.

“¡Uf!”

César volvió a enfundar su espada y colocar la vaina en el cinturón y le ofreció una mano a Irenea.

“Ahora deberíamos estar a salvo durante los próximos diez minutos.” (César)

Irenea se subió la capucha, cubriéndose bien la cabeza, y luego tomó la mano de César. Solo César e Irenea entrarían al templo, los demás se quedarían allí, vigilando, creando una brecha para que Irenea y César tuvieran la oportunidad de escapar.

Irenea siguió a César, conteniendo la respiración, invocó su poder sagrado, para hacer su cuerpo ágil y no ser un obstáculo para César.

César no tenía restricciones de movimiento dentro del templo, pero Irenea era el problema.

“Alguien viene.”

Irenea susurró, conteniendo la respiración. César, como si nada hubiera pasado, empujó a Irenea detrás de una columna, ocultándola, y luego se acercó a él.

“Oh. ¿Su Alteza, el Gran Duque Benoit? ¿Ha venido a asistir al festival de la diosa?” (Sacerdote)

“Sí, pasé a ver al Padre Fidelis antes de reunirme con Su Majestad el Emperador.”

“Ah, entonces no es una visita oficial, probablemente por eso no recibí el informe.” (Sacerdote)

“Sí, Padre. He entrado discretamente como visitante, solo quería verlo brevemente antes de irme, ¿dónde está el Padre Fidelis ahora?”

“Está en su estudio privado, ¿sabe dónde está?” (Sacerdote)

“Si. Gracias, Padre.”

Tras una breve conversación, César dejó pasar al sacerdote y cuando se hubo alejado lo suficiente, llamó a Irenea. Irenea se aferró a César como un conejo asustado y preguntó.

“¿Cómo puedes estar tan tranquilo?”

“Estoy acostumbrado a este tipo de cosas.” – César respondió con voz suave pero grave.

“Vamos, por aquí.” (César)

Por suerte, César e Irenea no se encontraron con nadie después de eso. Cuando entraron sanos y salvos en el estudio privado, Irenea sintió que se le aflojaban las piernas de alivio y César, sosteniéndola, se adentró en la habitación.

“Padre. Padre Fidelis.” (César)

A ese llamado, un sacerdote de mediana edad con el cabello canoso salió caminando desde el interior, era alguien que había dedicado su vida a Dios. Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Irenea al ver su rostro, un rostro que no había visto en mucho tiempo. Él fue quien, incluso en su vida pasada, había estado al lado de César todo el tiempo.

Quien que se había arrastrado humildemente por el suelo como un gusano, hundiendo la cabeza frente a Rasmus, suplicando por la vida de César.

Desconocía los detalles de la relación entre César y el sacerdote Fidelis, pero era evidente que existía un vínculo especial entre ellos, de lo contrario, Fidelis no habría actuado como lo hizo.

“Por favor, entra primero. Supongo que habrá una razón por la que me contactaste en secreto.” (Padre Fidelis)

“Gracias, padre.” (César)

César permitió que Irenea entrara primero, el padre Fidelis podría haber cuestionado la presencia de Irenea, que había seguido a César, pero permaneció imperturbable, simplemente preparando unos refrigerios.

“Puedes sentarte aquí.” (César)

César hizo sentarse a Irenea como si fuera un gesto familiar.

“Gracias.”

Irenea susurró y tomó el asiento en el lugar que César le había designado. Poco después, Fidelis colocó los refrigerios en la mesa. A diferencia del bullicio exterior, la sala estaba impregnada de una calma estancada, como si el tiempo se hubiera detenido. Este extraño contraste calmó el corazón tenso de Irenea.

El padre Fidelis esperó en silencio mientras César e Irenea bebían el té. La mirada que les dirigió era pesada y profunda, como un pozo lleno de estrellas. No creía que todos los sacerdotes fueran así, quizás era porque nunca había conocido a un sacerdote verdaderamente devoto antes.

Irenea vació su taza de té limpiamente, solo entonces se dio cuenta de que tenía sed. Ni siquiera había considerado beber un sorbo de agua durante su larga conversación con César.

‘Ah, estoy nerviosa.’

Sin embargo, era una situación comprensible.

César miró a Irenea mientras ella dejaba su taza de té, y luego dejó la suya, ya vacía.

César fue el primero en hablar.

“Padre Fidelis, gracias por su tiempo.” (César)

“De nada.” (Padre Fidelis)

“He venido así porque necesito registrar mi matrimonio en el templo con urgencia.” (César)

Irenea tiró de su capucha con manos temblorosas. Al deslizarse, su radiante cabello plateado cayó en cascada.

Y también los ojos dispares, por los que recibía el señalamiento de monstruo.

Los párpados de Irenea temblaron.

¿Cómo se vería ante el sacerdote del Dios? Quizás incluso a sus ojos, Irenea podría parecer un monstruo.

“¡Ah…!” (Padre Fidelis)

Fidelis soltó un gemido y juntando las manos, dijo:

“¡Sacerdote de Khaleesi…!” (Padre Fidelis)

Irenea se mordió los labios con fuerza.

“Khaleesi ha enviado a su hija a cuidar esta tierra. ¿Qué otra cosa podría ser esto sino una bendición?” (Padre Fidelis)

La hija de Khaleesi, la Santa.

Irenea no sabía si realmente merecía ese nombre, ella podría ser simplemente una villana dispuesta a hacer lo que fuera por su propia seguridad. El sacerdote Fidelis, que no podía ni remotamente comprender el corazón de Irenea, le besó el dorso de la mano.

“Soy Irenea Aaron.”

Susurró Irenea con voz temblorosa.

“Es un honor conocerla, Lady Irenea.” (Padre Fidelis)

Aunque podría haberse preguntado por el apellido Aaron, Fidelis parecía completamente indiferente a su pasado. Fidelis le susurró suavemente a Irenea, que tenía la boca cerrada con fuerza.

“Veo que la señorita tiene la presencia de Khaleesi.” (Padre Fidelis)

‘¿Qué significa eso?’

Antes de que Irenea pudiera siquiera reflexionar sobre las palabras, Fidelis se apartó.

‘¿Sabe que mis poderes sagrados se han manifestado?’

O quizás simplemente lo dijo porque tenía el cabello plateado. Sin embargo, Irenea no tuvo oportunidad de preguntar, fue porque César estaba a su lado. Fidelis colocó dos trozos de papel delante de Irenea y César, eran los votos matrimoniales que ambos debían firmar.

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