DLHA – Cap 11 – Part2

CAPITULO XI – Parte II

 

Karinna sostuvo sus manos despacio, discretamente y clavó las uñas en la palma hasta sentir un dolor punzante, pero no se inmutó, su cabeza daba vueltas por la cantidad de ideas que se agolpaban en un segundo.

‘Cuando me ignoran, ignoran a mi hijo. Ya no puedo darme el lujo de ser ignorada.’

«¿Cuál es el rumor que corre por el círculo social? Dímelo. Delante de mí. Como hiciste delante de Kavil».

La mandíbula de la condesa se tensó ante las palabras de Karinna. ¿Cómo podía volver a decir aquellas palabras tan vergonzosas frente a la persona en cuestión?

No me lo podía creer. Ni siquiera recordaba exactamente lo que había dicho o cómo lo había dicho, porque todo era un montón de palabrotas sin sentido.

«Su Alteza, debo disculparme formalmente por no haber advertido firmemente a mi esposa de mi…»

«Este asunto no le concierne, Conde.»

Karinna interrumpió al conde de Palette. El rostro del hombre enrojeció ante la mirada despectiva que recibió de aquella mujer altiva.

Los fieros ojos ambarinos de Karinna se clavaron en la condesa, no tenía interés de escuchar más tonterías, así que lanzó una advertencia.

«Escuche atentamente, no se entrometa. Esto no se solucionará como pretende.»

El conde enmudeció ante las palabras de Karinna.

Normalmente, un altercado termina con el marido disculpándose en nombre de su mujer. Esto se debe a que no quieren causarse problemas mutuamente. Pero Karinna tajantemente se lo impidió.

El conde miró a Basster como pidiendo ayuda, pero éste desvió la mirada. Basster se mantuvo un paso atrás, aparentemente poco dispuesto a intervenir, solo se quedó allí, mirando el perfil altivo de Karinna, sin disimular cuanto le satisfacía verla en ese estado.

«Condesa, ¿es usted una infanta? Se dice que solo los niños no saben distinguir entre el bien y el mal, pero ¿cómo es que usted, una dama de tan grande y buena educación, ni siquiera puede distinguir entre lo que debe decir y lo que no debe decir a menos que se lo permita su marido?».

Lo último fue más bien una muestra de desprecio.

«… Desde luego, no fue esa mi intención».

«No era esa tu intención, pero no eres capaz de repetirme lo que dijiste y cómo lo dijiste. ¿Estoy hablando sin saberlo, en algún idioma extranjero y por eso te cuesta tanto acatar una simple orden?»

Los ojos fieros de Karinna parecían dispuestos a castigarla en cualquier momento. Todo el mundo la subestimó porque nunca intentó ejercerlo y de ese modo, olvidaron que ella tenía ese poder. Y fue esa ignorancia la que los llevó a estos malentendidos, que condujeron a este percance.

«¿Quién demonios crees que es el padre de Nitens y por qué te sientes con el derecho de comentar sobre algo así?».

Murmuró en voz baja. Era ridículo, absurdo. Aunque sería aún más extraño que no estuviera enfadada en ese momento. Karinna fulminó a la condesa con una mirada feroz.

«Basster, ¿qué sanciones puedo poner a esta gente?»

«Cualquier cosa que desees, Karinna», respondió Basster con voz complaciente. Con cara de agrado, le dio permiso para hacer lo que quisiera.

El Archiduque tenía más poder que nadie, salvo el Emperador. El Archiduque era incluso favorecido por el Emperador, así que había poco que no pudiera hacer. Eso frente a un conde significa que, aunque no puedas borrar su apellido totalmente de la genealogía, al menos puedes dejarlo sin sus títulos ni propiedades tranquilamente.

Las caras del Conde y la Condesa se pusieron de un blanco mortal al darse cuenta de que estaban a merced de esta mujer enloquecida.

«E-espere Su Excelencia, el Archiduque. Mi esposa…»

El conde volvió a ser interrumpido.

«Cierra la boca, Conde.»

Sin esperar siquiera a que terminara, Basster arremetió con una sonrisa burlona.

«¿Qué…?»

«Mi esposa te dijo que te apartaras, y debes saber que ella es misericordiosa».

Si Basster hubiera dado orden alguna, el conde habría perdido uno de sus miembros al instante, hasta podría haber perdido todo lo que tenía. Sólo cuando el conde hubo cerrado la boca, Basster echó un vistazo a Karinna con una suave sonrisa.

«No quiero que estas personas sean visibles para mí en el futuro, ¿es posible?».

«Claro, está hecho», dijo Basster, curvando suavemente las comisuras de los ojos. El rostro de la condesa se llenó de pavor.

«Su Alteza, la Archiduquesa. Me equivoqué.»

La condesa bajó la cabeza, consternada.

Que le dijeran que se mantuviera fuera de la vista equivalía a que te dijeran que no asistieras a actos sociales. Ser expulsado de los círculos sociales equivale a ser una flor marchita metida en casa para siempre. Sin un círculo social, te convertirías rápidamente en el viejo de la trastienda.

No importaba lo joven o viejo que fueras. En el momento en que tu círculo social te olvidaba, tu posición se borraba totalmente.

«¿Cuál es mi pecado?»

Karinna giró la cabeza para observar a la condesa de Palette, que se agachó ante ella. La condesa de Palette quedó petrificada tras subir la mirada y ver la expresión de Karinna.

«Yo, yo, la tonta de mí, juzgó a la Archiduquesa por los rumores que oí en sociedad. Fui… imprudente. Por favor…»

«Basta de esto. Si hubieras sido honesta conmigo desde el principio, podría haberte perdonado», dijo Karinna con un suspiro. La condesa se sobresaltó al escucharla continuar con sarcasmo.

«Hubiera entendido si tus palabras hubiesen sido ‘No me gustó que ocuparas el puesto de Archiduquesa, así que por eso te maldije’ «.

Fue muy duro escuchar, algo que nadie nunca se habría atrevido a decirle a la cara.

«Será mejor que se mantenga fuera de mi vista por el resto de su vida, Condesa.»

Karinna dio un paso hacia ella para hablarle al oído en voz baja. Los ojos de Kavil se clavaron en ella, que seguía oculto detrás de su madre, pero Karinna fingió no darse cuenta de esto.

«No me retes, a menos que quieras que haga algo peor».

La condesa respiró hondo y dio un paso atrás. En respuesta, Karinna también dio un paso atrás.

«Tu pecado no fue solo contra mí, sino que incluso sacaste a colación al padre de Nitens…»

Basster torció la boca cuando Karinna le reclamó esto. Estaba claro que ella lo tomó como una ofensa. Un hilillo de inquietud emanó de él al sentirse incómodo por ese asunto no resuelto.

«Era cuestión de tiempo que, después de todo nos descubrieran».

«… Basster?»

Cuando Karinna volvió la cabeza, sorprendida, Basster sonrió con picardía. No parecía en absoluto molesto por la revelación de que Nitens era su hijo. De hecho, parecía más contento que molesto.

«¿No es así, Karinna?»

Nunca lo había visto hablar con una expresión tan brillante en la cara. Los ojos de Karinna se entrecerraron y asintió lentamente, luego se balanceó de un lado a otro al darse cuenta de su pregunta.

«Basster, tú…»

«No hay nada malo en que los amantes tengan encuentros secretos, como tampoco hay nada malo en que los matrimonios se lleven bien. ¿Cierto?»

Basster llegó hasta ella y la rodeó con sus brazos.

«Por cómo hablan, parece que nosotros somos el problema».

Su voz era suave, pero su aura era asesina. Sólo Karinna, en sus brazos, parecía ajena a ello. El marqués Cotton, presintiendo algo, sacó a Kirian disimuladamente con su mayordomo.

«Bas….»

Basster la besó con cariño en la frente, Karinna fue incapaz de ocultar su vergüenza.

Los que vieron aquella expresión de afecto se quedaron boquiabiertos. El más atónito entre ellos fue el profesor, que siempre había tratado a Nitens sin ningún tipo de respeto, y enseguida se puso de un pálido fantasmal.

Basster lo observó ampliamente, asegurándose de que Karinna no se diera cuenta.

«¿Por qué siempre parecen tan sorprendidos por mi devoción a mi amada esposa?»

Basster se echó a reír. Ladeó la cabeza en un gesto de genuina incomprensión y de pronto, su mirada se desvió rápidamente hacia la puerta.

«Al final, nada es lo que parece, profesor».

Un segundo después, como si le hubiera llegado la noticia de alguna parte, el decano entró corriendo, con la túnica mal puesta, de aspecto aturdido y respiración agitada. Basster miró al anciano mientras entraba corriendo, de forma indiferente.

«¡Su Alteza, el Archiduque!»

«¿Qué tal?, hace tiempo que no nos vemos».

«Sí, ¿cómo ha estado, Su Excelencia? Aunque no hace falta que responda, sigue viéndose igual de honorable.»

«¿Te parezco honorable? Me siento muy sucio y humillado en este momento».

El anciano de rostro arrugado se puso aún más pálido cuando se acercó al profesor, su rostro se arrugó en una dura mueca mientras lo miraba.

«¡Qué demonios has hecho!»

«¿…? Eh, Pero… Yo sólo…»

«¡Su Excelencia nada de lo ocurrido debe mermar el apoyo que brinda a la academia cada año! ¡Perdone nuestra impertinencia!»

«Sí, bueno, tendré que replantearme eso en el futuro. Si hubiera sabido que era aquí donde traerías a mi hijo, te habría colgado en el patio de la academia hace mucho tiempo» dijo Basster con pereza. Karinna ya dijo todo lo que quiso. Basster sólo tiene que ponerle un poco de picante y hacer que todos reconozcan las consecuencias de sus actos. Si le pone picante, probablemente arruinará por completo a ese profesor mediocre que actuó en contra de él y su familia.

De todos modos, hoy fue testigo de lo que Karinna es capaz de hacer, por ahora es suficiente, pero le falta madurar en su manejo del poder, así que es hora de que le muestre un poco más lo que un Archiduque es capaz de hacer.

Que conozca el poder que podrá ejercer libremente en el futuro.

En primer lugar, la Archiduquesa era responsable de todas esas ayudas. Decidir cuánto dinero dar y dónde darlo está todo en sus manos. Si no le gustaba, la Archiduquesa Kayenne podía cortar ese apoyo tan rápido como al día siguiente. Ella tenía tal posición y poder.

Y Karinna lo sabía, por eso no detuvo a Basster.

«Su Alteza, voy a hacer que este profesor vuelva a formarse conmigo, lo haré expiar todos sus pecados. Sea benevolente, si de repente usted retira una suma tan grande de dinero…»

«Solo dejaré algunos financiamientos, luego evaluaré cuales».

«Oh, están desarrollándose tantas cosas ahora mismo… ¿Qué puedo hacer para calmar un poco su ira, mi señor?»

La mayor parte de las investigaciones científicas que se realizaban ahora en la Academia salían del bolsillo del Archiduque.

Era el Archiduque quien donaba a la Academia una suma mucho mayor que la familia imperial, aunque fuera conocido en el mundo exterior como un «donante anónimo». Esto se debía a que al Archiduque no le gustaba que se mencionara su nombre.

«Hoy me enteré de algo interesante. Parece que se le dan cuidados diferenciales a los niños a base de las donaciones que dan sus padres, ¿estaba al tanto?».

«¿Qué?»

El decano entrecerró los ojos, como diciendo: ¿Qué importa? Era mucho mejor para el hijo del Archiduque que le dieran un trato preferencial, por lo que no podía adivinar qué le parecía tan inquietante a Basster…

«¡Huh!»

El decano aspiró involuntariamente.

Recordó que, salvo los que estaban de servicio cuando el Archiduque hizo su donación anónima, ninguno de los profesores que vinieron después lo sabían.

La mente del decano se agitó. Para su horror, este profesor parecía estar ajeno a este hecho. Con suerte, no era lo que él pensaba.

«Si eso fue… Eh, si eso fue… demasiado, lo instruiré para que no repita nada de eso en el futuro…»

El Archiduque tenía fama de ecuánime. No le gustaba verse favorecido por el poder, por eso el decano asumió que este malentendido se trataba de algo diferente. En otras palabras, el profesor mostró demasiado favoritismo hacia el hijo del Archiduque… y con eso ofendió los sensibles sentimientos del Archiduque.

«Verás, lo ocurrido fue una falta grave». Basster continuó. «Por causa del hijo del conde y la condesa Palette, mi hijo se vio envuelto en una pelea, y todo su cuerpo quedó manchado. Muy manchado, muy muy manchado…»

A Basster se le heló la sangre cuando recordó el lamentable aspecto de Nitens. Su voz se hizo más pesada y grave, revelando su frustración.

Apretaba y aflojaba los puños nerviosamente, como si imaginara estrangular a los culpables con sus propias manos. El decano se sentía envejecer con cada momento que pasaba de aquella terrible conversación.

«¿Acaso mi hijo estuvo mal por pegar a otro niño?».

«Oh, no, por supuesto que no, el joven debe haber tenido sus razones».

El decano se arrastró ante él. El decano estaba desesperado por complacer al Archiduque. Estaba claro que había destruido su orgullo, su vergüenza, todo. Karinna estaba estupefacta.

«Pero Decano, eso no fue lo que escuché, ¿esta situación no sería como estar en una zona de guerra y que un compañero te clavara un cuchillo en el pecho?».

«Perdón, perdón, perdón. Tú, ven aquí, discúlpate ya, ¡cómo te atreves a contradecir a Su Excelencia!»

El decano estiró el brazo y empujó al suelo la cabeza del profesor.

¿Cómo podía un noble con el título de barón hacer algo así? En efecto, el decano era intocable. El decano de una academia recibía un trato similar al de un marqués, aunque sin el título.

El decano había visto a Basster el tiempo suficiente para saber lo loco y trastornado que podía llegar a estar. Si perdía los estribos, podía hacer que cerraran la Academia, por no hablar de la erradicación de toda su familia y de él mismo.

«No, no es a mí a quien debes una disculpa, la Archiduquesa se hará cargo del apoyo a la Academia en el futuro de todos modos».

«Lo siento mucho, Su Alteza.»

El decano se disculpó rápidamente ante Karinna. En efecto, era rápido como un murciélago. Tenía un apetito insaciable por el conocimiento y estaba obsesionado con continuar sus investigaciones, así que su carácter no era tan malo. Sólo que el Archiduque era quien pagaba la mayor parte.

«Sí, bueno, aparte de esta situación tan bochornosa… ¿cómo voy a confiar mi hijo a esta academia cuando tienen a un profesor sin cualidades de enseñanza ni humanidad?».

«Tiene toda la razón, mi Señor. Haré que lo despidan inmediatamente».

La cara del profesor estaba blanca como el papel. Sus labios estaban igualmente azules, demostrando que no estaba del todo consciente de su situación. El decano, sin embargo, no tardó en reconocerlo y no tuvo reparos en cortarlo de raíz.

Basster no era un hombre muy agradable, pero tampoco menospreciaba a otros ni se aprovechaba de ellos, lo que significaba que este profesor lo había enfadado irremediablemente.

«Sí, así será, y mi dulce Karinna desea que el Conde y la Condesa ya no aparezcan a su vista».

El decano asintió rápidamente a la figura, a la que se refería cariñosamente como «mi dulce Karinna».

«Expulsaré a Kavil Palette inmediatamente y pondré una orden de alejamiento sobre el Conde y la Condesa Palette, si es que eso la satisface, Su Alteza».

«¡Decano, qué demonios significa eso!»

«¿No sabes tú lo que has hecho para merecer esto? ¡¿Necesitas que te lo repitan?! ¿Tanto es tu deseo de morir?» dijo contrariado el decano, mirando al conde de Palette, que levantaba la voz.

En un momento estaba emocionado por informar sobre una investigación que acaban de completar con éxito. Y entonces estos humanos insignificantes que tenía delante lo arruinaron por completo. Sentía que iba a morir de rabia y frustración por la forma en que estos insectos habían arruinado lo que había sido un momento feliz durante tanto tiempo.

Al decano sinceramente le dieron ganas de tomaros y echarlos a patadas de la academia sin importarle que fuesen condes o algo así. Así es la gente rastrera como ellos. ¡No saben reconocer su lugar!

«¿Hay alguna otra Academia disponible?»

Los ojos del decano se entrecerraron al oír la voz de Karinna, y luego asintió rápidamente.

«Sí, las hay. Ésta es una Academia Imperial, y hay academias fuera del Imperio que son residenciales».

«¿Hay alguna diferencia?»

«Las academias imperiales sólo están abiertas a niños del Imperio, pero las academias con internado están abiertas a gente de fuera del Imperio siempre que sean aceptados».

Karinna asintió lentamente, aunque por lo que parecía, enviar a Nitens allí ayudaría al niño. Pero ya en esta Academia, sentía que estaba demasiado lejos de ella para enviarlo a esos lugares.

«Yo, francamente, no quiero sancionar a Kavil. Dejaré esa elección a los dos chicos que se enfrentaron en la lucha».

Los pecados del niño son los pecados de los padres. Hasta qué punto un niño, de apenas cinco años, puede ser capaz de tanta malicia y hasta qué punto puede ser capaz de distinguir entre el bien y el mal, y probablemente por eso el Conde y la Condesa se apresuraron a decir tales cosas.

«Si dicen que pueden ver clases con ellos, entonces nadie será expulsado, y si no, entonces… entonces pensaré en su destino». Karinna suspiró y continuó, «Soy egoísta y mi hijo es lo más importante para mí, así que si matarlos significa que mi hijo estará a salvo, estoy dispuesta a hacerlo».

Fijó la mirada en el Conde y la Condesa.

 

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