CAPITULO IX – Parte II
«… Sí, pero, es solo el comienzo.»
«Tal vez solo sea por par de veces a la semana».
«Ajá, y luego será toda la semana. ¿Y si de verdad ya no me necesita?».
«Eso significa que Nitens ha crecido bien, ¿no demuestra eso que has sido la mejor madre del mundo?».
Karinna apretó la mandíbula ante las palabras de Basster.
No se equivocaba, pero de algún modo seguía sintiéndome raro. Sentía que iba a ser inútil. ¿Qué pasaría con ella cuando Nitens creciera y se fuera a vivir solo?
Las preguntas, una vez iniciadas, eran insistentes y persistentes. Karinna bajó lentamente los ojos. Suspiró pesadamente mientras se dejaba caer en la oscuridad que amenazaba con envolverla.
«A cambio, yo estaré allí para ti.»
«¿Eh?»
«Nitens tiene su vida, así que seguirá el camino que él quiera recorrer, pero yo te elegí a ti en mi vida, así que me quedaré hasta el final de mis días a tu lado».
Los ojos de Karinna se entrecerraron como los de un animalito receloso ante las palabras de Basster. Por un momento frunció los labios, como si no comprendiera, pero luego ladeó la cabeza y sonrió débilmente.
«Por supuesto que sí».
Su respuesta entre dientes no fue muy alentadora. Basster la apretó un poco más contra su pecho.
«Karinna».
«¿Uh?»
«Si te sientes mal, te daré un abrazo, puedes pedir todos los que quieras, yo te confortaré siempre que lo necesites, sólo dime cómo te sientes en lugar de guardártelo para ti, ¿lo harás?».
Karinna estiró el cuello de un tirón e inclinó la cabeza. Los ojos de Karinna se abrieron de par en par y sonrió débilmente. Los susurros tranquilizadores de Basster la aliviaban cada vez que llegaban a su oído.
Escuchar el sonido de sus latidos rítmicos calmó mi corazón acelerado en un instante.
«Lo haré. Esto se siente tan bien, que tal vez quiera abrazarte todo el tiempo».
«… ¿Se siente bien?»
«Sí, me gusta.»
«Si me pides que lo haga siempre, nunca te dejaré ir».
Las comisuras de la ya redondeada boca de Basster se estiraron en una profunda sonrisa y le besó la frente con una risita que pareció divertirle.
«Vamos, Karinna. Es hora de dormir.»
«Sí. Buenas noches, Basster.»
«Buenas noches.»
Tras retorcerse unos instantes entre sus brazos, Karinna cerró los ojos obedientemente, sin intentar siquiera escapar. Una vez cerrados los ojos, se quedó profundamente dormida.
Tal vez, demasiado rápido.
∴※✻※∴
«Buenas tardes, Alteza».
«Hmm…»
Karinna parpadeó confundida, incapaz de comprender la situación. No estaba segura de si debía o no saludar a aquella extraña maleducada que había irrumpido sin previo aviso como anfitriona de la Archiduquesa.
«¿Qué te trae por aquí, Yvette Pearson?»
«Vengo a ver a Su Alteza el Archiduque, ¿está disponible?»
«No escuché que la joven Pearson nos visitaría…»
Miré a Ten, que estaba detrás de mí, y negó con la cabeza, confundida. El disgusto era evidente en el ceño fruncido.
Aunque sólo hubiera aprendido la etiqueta de los nobles en los libros, no podía dejar de darse cuenta de lo descortés que resultaba una visita tan inesperada. Karinna se detuvo un momento, ladeando la cabeza.
«Oh, Su Excelencia me dijo que si tenía algún asunto urgente, no dudara en venir a él…»
Al instante, el agua llenó sus ojos claros. Yvette Pearson se estremeció mientras sus pestañas se agitaban hacia abajo.
Karinna no entendía por qué esa mujer estaba haciendo esto.
Las palabras de Yvette pretendían que sintiera lástima por ella, pero, para su desgracia, Karinna simplemente no entiende la situación que tiene ante sí. No era lo bastante sensible como para compadecerse de una situación que no comprendía.
«¿Te dijo eso Basster…? Bueno, supongo que es cierto.»
Karinna frunció el ceño.
No sabía por qué le latía tan fuerte el corazón. Esa fue la promesa de Basster con Yvette, y ella solo se limitaba a seguirla. Karinna volvió la cabeza hacia otro lado, ignorando los fuertes latidos que le hacían retumbar el pecho.
«Ten, acompaña a la joven al salón y díselo a Basster».
«… Como ordene, mi Señora.»
Yvette Pearson la siguió, sonriendo como una grulla altiva al ver a Ten doblarse por la cintura ante ella.
‘¿Qué es…’
Mi corazón se sentía extraño.
Suena mal, incluso un poco ofensivo. Pero no era algo en lo que Karinna debía entrometerse. Es parte del trabajo de Basster, debe de haber una razón para ello, quizá incluso es parte de su vida privada.
‘Pensé que podríamos conversar más de esto…’
Pero sentí que si hablábamos de ello ahora, saldría algo desagradable. Quizá no sea el tema adecuado para hablar en un lugar tan abierto.
Karinna caminó en silencio hacia donde estaría Nitens. Tenía ganas de darse la vuelta y comprobar cómo él la recibirá, pero se obligó a no volver su mirada atrás. Mantuvo sus manos juntas con todas sus fuerzas, reteniendo el impulso de ir a preguntarle a Basster todo lo que flotaba en su corazón.
Si volvía la cabeza, sentía que su cuerpo iba a perder el control. Caminó rápidamente hacia Nitens, casi corriendo.
∴※✻※∴
«… ¿Fue Karinna?»
«Sí, me pidió que la guiara al salón, y le informara».
«¿Algo más?»
Ten se detuvo ante la media pregunta de Basster, con el ceño fruncido.
¿Si dijo algo más?
Pensó en la situación, tratando de que su desconcierto no se reflejara en su rostro. La verdad es que no era para tanto.
«Ah, no se detuvo a darle la bienvenida ni saludarla, la joven también reconoció que es de mala educación aparecer sin avisar».
«¿Solo eso…?»
El inusual tono de voz de Basster hizo que Ten volviera a reflexionar sobre la situación. Cuando Ten no contestó, Basster se frotó la nuca y suspiró.
«¿Eso es todo?»
«Su Excelencia le preguntó por qué estaba aquí, y la joven dijo que usted amo, le había dicho que viniera cuando quisiera, y luego me pidió que le guiara al salón».
Cuando Ten por fin explicó toda la situación, pieza por pieza, los labios de Basster se apretaron con fuerza. No le costó darse cuenta, cuando Ten dejó de hablar, de que eso era todo lo que tenía que decir.
«¿Y Yvette Pearson?»
«Está en el salón ahora.»
«Bajé mis barreras y abrí las puertas a un lobo con piel de oveja».
Basster chasqueó la lengua con amargura.
Los ojos de Ten se abrieron de par en par ante sus afiladas palabras. Ella también sabe lo que pretende Yvette Pearson.
Su amo, Basster, llevaba más de tres años buscándola y estaba preocupada por lo que sucedería cuando se reencontraran.
Ten recordaba bien como Basster rechinaba los dientes en aquel momento hacía tres años cuando supo que no podía encontrarla. Como lo recordaba, la obsesión de Basster por descubrir a su compañera de esa aventura de una noche fue el comportamiento más extraño que le había visto de tantos años de servirlo.
Cuando Ten supo que encontró a la amante de hace tres años, le preocupaba que los sentimientos de Karinna fuesen heridos; al fin y al cabo, estaban casados, a los ojos de cualquiera se vería mal conocer a una amante, delante de su esposa.
Pero Karinna no se inmutó ante la visita de la otra mujer e incluso permitió que su esposo se reuniera con ella, para disgusto de Basster.
«… me temo que la joven Yvette Pearson no es la persona que usted buscaba, amo.»
«Qué extraño».
El ceño de Ten se frunció ante las palabras de Basster. La respuesta de Basster fue breve, pero su significado no era ligero. Los sentidos de Basster son extraordinarios. Tan sensibles que podría matar a un enemigo con los ojos cerrados.
Cuando dice «es extraño», lo dice en serio, sobre todo cuando siente que está perdiendo la vista o se enfrenta a algún tipo de engaño.
«Aunque lo sea, ¿qué sentido tiene buscarme tan insistentemente cuando ya tengo a Karinna? Pide que investiguen de nuevo a Yvette Pearson, cabe la posibilidad de que sea una impostora».
«¿Y si no lo es?»
«Tendré que pagarle por mantener la boca cerrada. Estoy pensando en desaparecer al Conde Pearson y darle a ella el título, eso debería ser suficiente para calmar sus ansias de venganza».
Ten asintió a las palabras de Basster. Era un precio justo. No era una tarea difícil matar a los condes Pearson y hacerla heredera del título.
Basster tamborileó perezosamente con los dedos sobre el escritorio. Había algo extrañamente inquietante. Y esas premoniciones siempre acababan mal.
Un presentimiento.
«Ten, averígualo por ti misma».
«Si, mi señor.»
«Hazlo muy sigilosamente, sin ser vista por nadie. Incluso las sombras».
«Así lo haré».
Ten se inclinó, escuchando la tajante orden. Basster pasó junto a ella y salió lentamente del despacho.
Miseria e irritación se arremolinaban en su cabeza mientras caminaba hacia el salón. Basster chasqueó la lengua por lo bajo; la mentira que Yvette Pearson le había proferido con tanto entusiasmo había ensuciado su humor.
Empujó la puerta del salón con grandes zancadas y entró. Dentro, Yvette Pearson, sorbiendo tranquilamente su taza de té, arqueó las comisuras de sus ojos en una bella sonrisa.
«Ah, buenas tardes. Su Excelencia».
Basster apretó la mandíbula al ver a Yvette Pearson doblarse graciosamente por la cintura, y entró furioso. Se sentó sin decir palabra en el sofá de enfrente y cruzó las piernas.
«¿Qué pasa? No recuerdo haber acordado verme con usted».
«Es que… mi padre me ha estado dando la lata otra vez últimamente.»
«¿Esa es la razón de venir así sin avisar?»
La expresión de Yvette Pearson se endureció ligeramente al oír las palabras de Basster. El frío en el aire era inquiete. Yvette Pearson encogió los hombros y miró a Basster.
«Sólo vine… porque dijiste que estaba bien pedir ayuda».
«Déjame ser claro, joven Pearson. A cambio de mantener el secreto, he accedido a hacer los movimientos en tu ayuda. Es una transacción simple».
A Yvette Pearson se le cortó la respiración al oír la fría voz de Basster. Le temblaron los hombros al verlo hacer una larga pausa, se sentía incapaz de hablar.
«Te dije claramente que podías pedir ayuda, no te dije que fueras descortés conmigo y mi familia».
«Su Excelencia… lo siento… Todo esto sucedió porque no tengo a quién más recurrir».
Ante las palabras de disculpa de Yvette Pearson, Basster se cruzó de brazos. Miró a Yvette Pearlson de arriba abajo.
‘¿No era más alta?’
Respiró lentamente.
Desde la abrupta llegada de Yvette Pearson, Basster se ha dedicado a rebuscar entre sus recuerdos de ese día. Por más vueltas que le daba, no conseguía descifrarlos. Los recuerdos eran tan antiguos que le costaba recuperar los detalles.
Es aún más difícil recordarla bajo la ceguera de esa noche. En ese entonces no olía a nada, como si no llevara perfume. Sólo lo llenada su olor natural de mujer.
Pero estaba seguro de que sabría si era ella, tocándola. Por supuesto, tendría que manosearla adecuadamente, como esa noche en la cama.
Basster se levantó lentamente.
«Señorita Pearson.»
«Sí, Excelencia».
«Levántate y ven aquí un minuto».
«¿Sí?»
Yvette Pearson se levantó de su asiento y se acercó a Basster, el sonido de los pasos golpeando en sus oídos, y recordó que esa noche, ella ni siquiera llevaba zapatos.
«¿Le importaría quitarse los zapatos un momento?»
Yvette Pearson asintió obedientemente. Se quitó los zapatos, se colocó frente a él con los brazos extendidos hacia su pecho y él le rodeó la cintura con la mano.
‘Lo sabía…’
Basster curvó ligeramente las comisuras de los labios. El rostro de Yvette Pearson se sonrojó al instante; sus ojos se cerraron presa del pánico, su respiración se aceleró y sus puños se cerraron y se abrieron.
«Ahora que lo pienso, fuiste la primera en ponerte encima de mí, ¿recuerdas? Recuerdo que me sorprendió lo agresiva que eras en ese momento».
«Oh, lo hice.»
Basster le dio un ligero golpecito en el hombro y se apartó. Mirando así a Yvette Pearson, Basster bajó lentamente los ojos y dio un paso atrás.
«Espero no tener que verla aquí en el futuro, no quiero que mi esposa lo malinterprete».
No veía qué sentido tiene pedirme acercarnos así para decirme que debo alejarme más. Yvette Pearson frunció el ceño contrariada por las palabras de Basster.
«Bueno, si no hay nada más que hablar, será mejor que vuelva, tengo que atender otros asuntos».
«… Lo entiendo Su Alteza, hasta luego.»
«Hasta luego.»
Yvette Pearson asintió al oír la voz de Basster cuando éste añadió. Decidió dar un paso atrás, al menos de momento, sabiendo que él le había prometido encontrarse nuevamente con ella, mientras no fuese en el Archiducado.
La expresión de Basster se endureció al darse la vuelta y salir del salón. Luchando contra la mueca de desprecio e irritación que amenazaba con escapársele, se dirigió hacia Nitens y Karinna.
‘Es todo mentira.’
Esa joven en complot con alguien más se atrevió a mentirme. Y lo más indignante era que la información se había filtrado en alguna parte. ¿Dónde se filtró la información?
‘Realmente… no pensé en esa posibilidad.’
Tener un traidor dentro de su estricta seguridad no era algo que si quisiera pudiera contemplar. Basster se pasó una mano por el pelo, frunciendo el ceño.
‘¿Si no, de dónde sacó la joven Pearson esa información?’
Pocos saben lo que ocurrió hace tres años. Sólo los leales de larga data, las Sombras, los dos mayordomos que son los cuidadores de cada mansión y, finalmente, el Emperador.
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