MNM – Episodio 76
Las razones por las que Irenea decidió escribirle una carta a César contándole toda la verdad fueron muchas.
Primero, confiaba en que César jamás la tomaría a la ligera, sin importar lo que dijera. César era alguien que escucharía lo que Irenea tenía que decir y no descartaría sus palabras como falsedades descabelladas.
Además, el contrato, la sucesión al trono, el poder y otros factores ya estaban entrelazados entre Irenea y César, interponiéndose entre ellos como obstáculos. Si quería construir una buena relación con César, creía que no podía haber más mentiras.
Una mentira lleva a otra, y si crece así, uno puede verse empujado a consecuencias irreversibles.
Si César, a pesar de conocer todos esos hechos, aceptaba a Irenea en su corazón…
Si la elige, aun sabiendo que Irenea es tan peligrosa para César como los enemigos que lo han puesto en peligro, tal vez ella también podría perdonarse a sí misma.
Irenea se acurrucó en el sofá, encorvada, tratando de ocultar su impaciencia.
Siguiendo el mar ondulante, su corazón también se balanceaba con fuerza, como un pequeño velero en el mar.
“César…”
¿Irenea siempre fue sincera con César, quien le había confesado sus sentimientos con todo su corazón? Por supuesto que no, su conciencia no le permitía admitirlo.
Los ojos de Irenea reflejaban una compleja mezcla de emociones.
“Parece muy preocupada, Su Alteza la Gran Duquesa.” (Emma)
“Emma…”
“¿Le ocurre algo?” (Emma)
Irenea negó con la cabeza ligeramente.
La gente de Benoit trataba a Irenea con amabilidad y sinceridad en todo momento. Rodeada de gente así y recibiendo la sinceridad de César, a Irenea le remordía la conciencia con frecuencia.
“…Pronto llegaremos al sur. Allí será diferente de Benoit, ¿verdad?”
“Después de todo, hay una epidemia en curso.” (Emma)
“Pero creo que todo irá bien.”
Emma observó la expresión de Irenea, pensó que quizás su rostro triste se debía a la preocupación por lo que pasaba en el sur. Irenea se veía pensativa, parecía triste, como si estuviera a punto de llorar.
“Desde que llegó Su Alteza la Archiduquesa, solo han pasado cosas buenas en Benoit. Así que creo que esta vez será igual.”
“Quizás no sea tan buena persona.” (Emma)
“¡Ay, Dios mío!”
Los ojos de Emma se abrieron de par en par y soltó una carcajada.
“Si usted dice eso, ¿qué hay de los verdaderamente villanos?” (Emma)
“Yo podría ser una de esas personas malvadas.”
“Aunque no conozco a Su Alteza la Gran Duquesa desde hace mucho tiempo, no creo que sea capaz de algo así.” (Emma)
Emma negó con la cabeza.
“La vi hablando con Lady Dominia hace un rato. Parecía desconsolada al enterarse de su triste historia y lo mismo ocurrió cuando escuchó la historia de Velia.” (Emma)
“Emma, es lo más natural en un ser humano.”
“Hay muchas personas que no son así, Su Alteza la Gran Duquesa. Sería maravilloso el simple hecho de que vivieran según los principios básicos del ser humano. Su Alteza la Gran Duquesa es demasiado dura consigo misma.” (Emma)
¿En serio…?
O quizás la gente de Benoit era demasiado indulgente con Irenea porque no la conocían.
En cualquier caso, ahora todo depende de César. ¿La desestimaría César y la trataría como a una loca, o reconocería su verdad y la rechazaría…? ¿O, a pesar de todo, César la aceptaría?
Esa era su decisión.
Irenea lo dejó a merced de las olas.
* * *
César releyó la carta una y otra vez. ¿Qué debió sentir Irenea al plasmar por escrito la verdad que contenía? ¿Y qué hay de Irenea, que había vivido semejante vida?
El profundo odio de Irenea hacia Rasmus y a la familia Condal de Aarón era comprensible. Si en su vida pasada vivió una vida de persecución, atrapada entre el Conde de Aarón y Rasmus hasta el momento de su muerte…
‘Irenea.’
A César se le encogió el corazón.
Irenea era buena por naturaleza, incluso si ella había contribuido a la muerte de César, ¿era esa realmente la voluntad de Irenea? ¿Se puede afirmar con seguridad que no fue una elección impuesta por otros o por coacción?
¿Qué debió sentir Irenea, obligada a soportar sola semejante situación?
“Qué terrible debió ser.”
Irenea había estado atormentada por la culpa incluso en esta vida, aunque no fuera su culpa. Ahora podía entenderlo. ¿Por qué Irenea estaba tan empeñada en convertir a César en Emperador? ¿Por qué se centraba tanto en anteponer a César a su propio bienestar y ponía su corazón y alma en allanarle camino?
Esa debía ser la forma en que Irenea expiaba sus pecados.
César se tocó la frente.
“¡Maldita sea, Lizandros!”
Los labios de César estallaron en una maldición inusual. No sabía cuántas vidas más tenía que convertir en fango para sentirte satisfecho. Estaba harto del apellido Lizandros.
El grupo más egoísta del imperio se había reunido para arrastrar a otros al infierno.
Y ahora les tocaba a ellos devolver el favor.
¿Estaba Lizandros calificado para gobernar esta tierra?
Por supuesto que no.
Eran criminales que debían ser borrados de la faz de la tierra. César sonrió con frialdad. Irenea debía de estar esperando ansiosamente la respuesta de César. Solo ahora podía comprender plenamente la vacilación de Irenea y las barreras que había levantado en su corazón.
Probablemente Irenea no había tenido tiempo ni de reflexionar sobre sus sentimientos. Debía de estar ocupada pagando por los pecados que creía haber cometido en su vida anterior.
César tomó la pluma tras mucha deliberación.
No creía que ninguna de las palabras de César pudiera consolar del todo a Irenea. En cambio, deseó simplemente poder ser una chimenea, que pudiera calentar un rincón del frío corazón de Irenea.
‘Me gustaría que no llores.’
Eso era todo lo que César deseaba en ese momento.
La mano de César se movió con cuidado.
* * *
La carta de César llegó antes de que el barco de Irenea echara el ancla. Al divisar un halcón que sobrevolaba el barco, Frederick extendió alzó la mano enguantada hacia el cielo y silbó.
“¡Ferro!”
El enorme halcón, reconociendo su llamada, se posó en el brazo de Frederick. Batiendo las alas, el feroz Ferro parecía el doble de grande que un ave normal. Dicen que César lo había alimentado y criado con gran esmero desde que era un polluelo, y parecía que eso le había dado resultado.
Irenea se acercó a Frederick con expresión nerviosa.
“¿Hay una carta para mí?”
“Sí, Su Alteza la Gran Duquesa.” (Frederick)
Frederick le extendió la carta con una expresión amable. En el sobre estaban escritos los nombres de César e Irenea. La respuesta de César. El rostro de Irenea palideció, luego se puso azul. Con solo mirar el sobre, su corazón latía con fuerza.
¿Y si César le pidiera que abandonara la Gran Mansión Ducal?
Irenea no tendría más remedio que obedecer.
Planeaba suplicarle a César que le permitiera quedarse a su lado para ayudarlo. Un torbellino de pensamientos parecía enredarla, tirando de sus tobillos. Irenea, aferrada al sobre, corrió a su habitación como si huyera, le temblaban las manos al abrirlo.
“Por favor…”
Irenea murmuró las mismas palabras, sin siquiera saber qué pedía. Y al abrir la carta, no pudo evitar romper a llorar.
La carta contenía una sola frase:
[‘Irenea, ahora yo te amo. Te amo muchísimo.’]
Era una respuesta a la carta que ella había enviado.
Por alguna razón, se imaginó a César arrugando la carta una y otra vez, sin saber qué responder. Irenea acarició la letra de César una y otra vez, las emociones que había estado reprimiendo volvieron a aflorar con fuerza.
Cada vez que Irenea parpadeaba, las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Eso fue todo.
Para César, ella era más importante en esta vida, solo esas palabras. Quizás esa era la frase que Irenea había estado esperando.
“Uf…”
Irenea apretó la carta contra su pecho, sentía los latidos de su corazón en la punta de sus dedos, extendiéndose por todo su cuerpo.
“César…”
Los labios de Irenea se torcieron. Desde su vida pasada hasta ahora, la luz de César siempre la había cautivado.
Irenea, que nunca había sido amada, solo había sido amada por César. En su vida pasada y en esta, Irenea no sabía cómo pagarle a César esa deuda de gratitud.
Los sentimientos de Irenea, arraigados en ella desde el pasado, estallaron.
En realidad, en realidad …
“Yo también te amo…”
Irenea murmuró para sí misma con la voz ahogada. Eran sus verdaderos sentimientos, ocultos en lo más profundo de su ser. Desde su vida pasada hasta ahora, Irenea había guardado a César en su corazón.
Por eso lo eligió sin dudarlo.
Se entregó por completo a casarse con él sin titubear. Aunque dijo que se iría cuando César lo pidiera, en realidad no lo deseaba.
El muro que Irenea había erigido con tanta firmeza para impedir la invasión se derrumbó. Hacia César.
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