MNM – Episodio 66
Parecía una buena idea invitar a Dominia para que acompañara a Irenea algunas veces, no había mucha gente de su edad en el castillo, había estado tan aislada durante tantos años que era inevitable. Serpin era la única, pero estaba muy ocupada con asuntos de trabajo, por lo que su relación era puramente profesional.
Quizás tener a su lado a una niña tan alegre y vivaz como Dominia también sería beneficioso para Irenea.
Una vez que Dominia y la Vizcondesa Circe abrieron el camino sin querer, muchos se acercaron, entre ellos estaba Velia.
Rebosante de energía, Velia corrió hacia Irenea.
“¡Ángel!” (Velia)
Irenea le dio una palmadita en la cabeza a Velia.
“¿Ah, hoy te ves como un hada?” (Velia)
Velia rió entre dientes y tomó la mano libre de Irenea. Las travesuras infantiles de Velia animaron aún más el ambiente de la fiesta campestre. La gente se acercaba a Irenea y le hablaba con naturalidad y aunque sabían que era hija del Conde Aaron, no mostraban el más mínimo signo de vacilación.
En ellos se podía percibir su confianza en Benoit y su lealtad a César.
Quizás porque César era un buen señor que inspira confianza.
Todos reían, los músicos tocaban, las damas bailaban; además, los jóvenes charlaban mientras comían, y la gente sentada en esteras jugaba al póquer, todos reían.
Las damas se reunieron alrededor de la estera donde estaba sentada Irenea y los caballeros arrastraron a César hasta la mesa de póquer.
Las damas se cubrieron la boca con sus abanicos y rieron.
“Su Alteza va a perder mucho otra vez.” (Dama 1)
“No sabe hacer trampa. Pero no se preocupe, Su Alteza.” (Dama 2)
“Eso no me molesta. Admiro eso de César.”
Fue un comentario tan tranquilo y sereno, pero ¿cómo se interpretó…?
“Ay, ¡qué romántico! ¡El amor!” (Dama 3)
“Están en su luna de miel, ¡así que todo parece perfecto! ¿Eso se da por sentado?” (Dama 4)
“¡Dios mío! ¡Su Alteza el Gran Duque ha encontrado una aliada incondicional!” (Dama 5)
Irenea se sonrojó. Se abanicó. No lo había dicho con esa intención, pero había sido un gran malentendido. Pero no se sintió mal por el malentendido.
“¡Hmm!”
“Aun así, incluso si pierde hoy, Su Alteza el Gran Duque estará feliz.” (Dama 1)
“Así es. Con una esposa tan hermosa y encantadora, debe sentirse como si tuviera el mundo entero.” (Dama 2)
El rostro de Irenea se sonrojó aún más.
Las damas nobles, divertidas por la timidez de la novia, la molestaron con más picardía. Finalmente, dejaron de hacerlo solo cuando Irenea se cubrió el rostro por completo con su abanico.
“Jejeje. Son una pareja realmente hermosa.” (Dama 1)
Irenea abrió la boca intentando aligerar el ambiente.
“…He oído que ustedes son el pilar de Benoit.”
“Podría decirse que sí, Su Alteza la Gran Duquesa.” (Dama 2)
Las damas nobles dejaron de molestarla y bajaron sus abanicos, enderezaron su postura y miraron a Irenea con expresión reverente.
“Me gustaría aprovechar esta oportunidad para hacerles algunas preguntas.”
“Por favor pregunte, Su Alteza la Gran Duquesa.” (Dama)
“Tengo una pregunta. Pertenezco a la Casa Condal de Aaron. ¿Por qué ninguna de ustedes me cuestiona?”
Las damas intercambiaron miradas.
“…Porque es la persona que su Alteza el Gran Duque ha elegido. Y confiamos en Benoit, y en Alteza el Gran Duque.” (Dama 1)
“Y no percibo la menor mala voluntad en su Alteza la Gran Duquesa. Los enemigos no son enemigos eternos, ni los aliados son aliados para siempre.” (Dama 2)
“La jefa de doncellas nos comentó sobre los cambios que han afectado últimamente al Gran castillo Ducal.” (Dama 3)
“Creí que Su Alteza el Gran Duque, que no conoce las sutilezas, había encontrado una buena pareja.” (Dama 4)
Todas se apresuraron a responder.
“…Ya veo.”
Irenea asintió.
Y, en cierto modo, también significa que quienes estaban allí eran bondadosos y puros. Su valor absoluto parecía residir en algo más puro que la riqueza o el poder. Irenea sonrió.
“Gracias por su confianza. Una cosa más, he venido aquí y he notado que nadie habla del color de mi cabello, ni el de mis ojos. Suelo hacer preguntas sinceras y seguir adelante…”
“Entiendo a qué se refiere, Su Alteza la Gran Duquesa, pero más bien somos nosotras quienes preferimos preguntar. ¿Es extraño?” (Dama 1)
Una noble ladeó la cabeza.
“También sabemos sobre la profecía. ¿Pero acaso las profecías tienen un estatus superior al de las personas? No creo que tengan un estatus superior al de Su Alteza la Archiduquesa, así que primero la miramos a usted.” (Dama 2)
“Lo mismo ocurre con sus ojos. Este color de cabello es diferente al de los demás.” (Dama 3)
“Yo tengo las caderas disparejas.” (Dama 4)
“Hmm. De hecho, tengo mucho vello corporal en las piernas.” (Dama 5)
“Cada uno tiene su propia individualidad, ¿por qué debería parecernos extraño?” (Dama 6)
Los ojos de Irenea se abrieron de par en par.
La mirada del Norte era mucho más compasiva que la de la Capital Imperial.
Aceptaron los ojos de Irenea como parte de su identidad única, por eso no cuestionaron el color de sus ojos y por eso se fijaron más en la propia Irenea en lugar de en la profecía.
Por primera vez, Irenea no sintió vergüenza de sus ojos ni de su cabello.
Y ya no sintió miedo.
Se avergonzaba de las veces que se había menospreciado a sí misma, llamándose monstruo, y de haberse teñido el cabello.
“Su Alteza la Gran Duquesa es hermosa por derecho propio. Parece una buena persona.” (Dama 1)
Los párpados de Irenea temblaron.
‘¿Qué debo hacer? De verdad que no quiero irme. Solo llevo aquí unos días, pero me he adaptado mejor que en la Capital Imperial.’ – Tenía pensado ir a Occidente cuando todo terminara, pero se preguntó si sería necesario.
Si dependiera de Irenea, le gustaría vivir allí para siempre.
En ese momento, mientras Irenea permanecía en silencio con la cabeza gacha, una de las damas habló para aliviar la tensión.
“Hmm. Parece que Su Alteza el Archiduque está perdiendo bastante en este momento. ¿No debería ir con él rápido?” (Dama 1)
“Así es. Quizá con Su Alteza la Gran Duquesa a su lado le vaya mejor.” (Dama 2)
Irenea se puso de pie, empujada por las damas y gracias a eso, pudo ocultar sus lágrimas de vergüenza. Irenea respiró hondo.
Elegir a César había sido la decisión correcta, sin duda.
“¡Irenea!” (César)
César sonrió radiante y le hizo señas con la mano, su rostro irradiaba alegría, incluso con la pila de cartas acumuladas frente a él. La expresión de Irenea se enterneció ante su inocencia.
‘Ah, ¿de verdad tú? ¿Qué debo hacer…?’
* * *
Hoy era la última noche de Fidelis, su última noche en el Norte.
Fidelis miró fijamente los fuegos artificiales que estallaban en el cielo nocturno, había visto esas flores adornando el cielo con Diana en el pasado.
“Pero ahora no está a mi lado.”
Fidelis murmuró con amargura. Podría haber ido dondequiera que estuviera Diana, pero ella no quería eso. Si Diana lo hubiera llamado, habría podido escalar los muros del Castillo Benoit.
Pero Diana se había encerrado en el castillo.
No sabía cuándo regresaría al Norte.
Y aun en ese entonces, no podía estar seguro de si volvería a ver a Diana. Fidelis, como la luna que gira alrededor del mundo, giraba alrededor de Diana. Estaba seguro de que permanecería a su lado para siempre.
Lo que le faltaba era…
Era una pena que el tiempo, que se acortaba cada vez más, los deje con un sentimiento de pesar.
(N/T: ¡No se poque creo que fue él quien hizo algo… Tengo esa ligera corazonada.)
De repente, las arrugas se multiplicaron alrededor de los ojos de Fidelis, quien había perdido el vigor de la juventud y ahora cargaba con el peso de la madurez. Le molestaba el cruel paso de los años, de ahí provenía su deseo de ver a Diana cuanto antes.
Fidelis se apoyó contra la pared.
César e Irenea jugaban al póker, con los rostros radiantes de felicidad. “¡Jajaja!”, la risa cristalina llegó hasta Fidelis.
A medida que uno llega a esa edad, y especialmente viviendo como sacerdote, la perspectiva se amplía un poco más.
Irenea tenía una luz radiante, una luz clara y cálida.
Aunque ahora, por alguna razón, se muestra temerosa, era la persona destinada a desplegar esa luz e iluminar el mundo. Era la pareja perfecta para César.
“César. Rezaré por tu felicidad.”
Rezaba para que las desgracias del pasado no alcanzaran a César.
Que él, nacido de Diana y criado con el corazón de Fidelis, encuentre la felicidad.
A la mañana siguiente, Fidelis abandonó Benoit en silencio, sin avisar a nadie, tal como había llegado, sin dejar nada atrás.
* * *
Un mensajero del sur llegó a la capital.
Traía la noticia de que una epidemia se había desatado. Se convocó un consejo de emergencia presidido por el Emperador, los nobles se reunieron. La epidemia era una larga batalla, que tardaría en resolverse, y no estaba claro cuántas personas morirían. El rostro del Emperador se ensombreció.
“¿Significa eso que la epidemia ha llegado a la capital?”
“¿Cómo podría ser eso posible, Su Majestad el Emperador? Tenga la seguridad de que la detendré antes de que suceda.” (Rasmus)
Rasmus dio un paso al frente.
Sus ojos brillaban con una mirada maliciosa. Por suerte, el leal Conde Aaron había preparado una sustituta adecuada, tal como le había ordenado. Una sustituta con el cabello plateado teñido con mercurio lo esperaba.
La mujer se presentaría como una Santa nacida en el seno de una familia plebeya y descubierta por Rasmus. Eso serviría para infundir un poco más de familiaridad entre los ciudadanos del Imperio. También había preparado un artículo decente basado en ese escenario y lo había distribuido a la prensa.
Y así, preparó un escenario digno de ser utilizado.
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