MNM – 04

MNM – Episodio 4

 

“¡Irenea! (Condesa)

“¡Esta ingrata! ¡Sabía que este día llegaría…!” (Conde)

“¡Cariño! (Condesa)

La Condesa llamó agudamente al Conde, quien estaba perdiendo el control una vez más. La Condesa le dijo a Karolia, que estaba haciendo pucheros.

“Sube a tu padre, Karolia.” (Condesa)

“Pero, Madre…” (Karolia)

“Karolia.” (Condesa)

Karolia finalmente se levantó a regañadientes. El Conde, quizás presintiendo el peligro, siguió obedientemente a su hija fuera del comedor, mientas la Condesa volvió su mirada fría hacia Irenea.

“Irenea. No sé en qué crees para hacer esto.” (Condesa)

“¿En qué creo? Confío en Su Alteza el Gran Duque Benito. ¿No es él mi futuro esposo?”

Irenea fingiendo inocencia, rascó las debilidades de la Condesa.

La Condesa respiró hondo y dijo:

“Querida, Irenea.” (Condesa)

‘Solo ahora eres cariñosa.’ – Irenea infló sus mejillas.

“Debes comportarte amablemente.” (Condesa)

“No soy amable.”

Irenea sabía perfectamente lo frustrante que era que respondieran así, por eso lo hizo, ¿no?

Como era de esperar, la Condesa tiró de los brazos de Irenea. Sus rostros se acercaron a medida que la distancia entre ellas se acortaba.

“Entonces, ¿debería decirte que dejes de ser tan ingenua? Piensa en quién ha estado escondiendo y criando a una Santa a medias sin poder sagrado, hasta ahora, Irenea.”

La Condesa murmuró con ojos brillantes.

‘Una Santa a medias.’

Ese era el término que usaba para referirse a Irenea a sus espaldas, una Santa que, a pesar de serlo, no podía hacer milagros. Pero ahora era diferente.

Irenea había grabado su poder sagrado y sabía exactamente cómo usarlo. Cuando eligió la muerte y decidió su final y cuando puso esa decisión en práctica, Irenea grabó su poder divino.

La luz que brotó como una explosión y el canto que resonó en sus oídos fue vívido. Escuchó las voces de las dos grandes diosas, Mercedes y Khaleesi.

Ambas le dijeron a Irenea lo que debía hacer e Irenea escuchó su profecía.

Ella ya no era una Santa a medias, sino una Santa completa.

Así que, por mucho que la Condesa amenazara a Irenea, no tenía miedo. En el pasado, el Archiduque Benito había pensado que estaba bien usar a Irenea, quien no podía hacer milagros, y luego abandonarla como una herramienta.

Irenea era tan realista como optimista.

Tenía una clara comprensión de su propia posición.

Era una Santa bendecida con cabello plateado divino. Como era la única en Lizandros con cabello plateado, incluso si Benito no la hubiera encontrado, alguien la habría explotado de la misma manera. Todos los hijos ilegítimos del anterior Emperador se habrían apresurado a abalanzarse sobre Irenea y la habrían mordido.

Al ser una santa a medias, incapaz de desplegar poderes divinos, el templo no interferiría, y ella era perfecta para ser usada como símbolo.

Había pensado que Benito era mejor que ser arrojada a los lobos, pero fue un grave error.

“Si las familias del Archiduque Benito y del Conde Aaron se pelean, ¿quién te protegerá? ¡Niña ignorante!” (Condesa)

La Condesa apartó a Irenea como si hubiera tocado algo sucio.

¡Ay, Dios!

‘Ha brotado tu mal genio.’

Irenea le dijo a la Condesa, que se limpiaba las manos con un pañuelo.

“El Archiduque Benito me protegerá. Aunque solo sea una Santa a medias, soy una Santa.”

También era así de fácil cambiar las tornas. Irenea sonrió y retrocedió. Era como si ella de verdad se sintiera asqueada y le costara tocar a la Condesa.

La Condesa la miró con frialdad.

“No se preocupe, madre. ¿Acaso cree que Su Alteza el Gran Duque Beniito olvidaría los méritos de la casa del Conde Aaron por algo tan trivial como esto? No es tan tonto como yo.”

La voz era amable y ágil, como si estuviera cantando.

“Aunque soy una tonta, no podría olvidar toda la bondad de la familia Condal de Aaron.”

Al final de la frase, Irenea sonrió radiante.

‘¡Que divertido!’

La vida era como una moneda de dos caras ¿No dio la vuelta a la situación solo con un poco de poder sagrado?  Ahora debía tener cuidado, porque nunca se sabe qué variables podrían intervenir.

La moneda de Irenea salió disparada al aire.

Esta era, por supuesto, su victoria.

 

* * *

 

Solo al caer la noche Irenea pudo quedarse sola. La familia del Conde Aaron permaneció despierta hasta altas horas de la noche, Karolia lloraba a gritos, pataleando y forcejeando, y la Condesa tuvo que lidiar con la situación.

Le entregó un saco de monedas de oro a quienes servían como los ojos y los pies del Archiduque Benito.

El titubeante Conde tuvo que calmar a su hija. Su única hija, Karolia, nació con pulmones débiles, por lo que a menudo solía desmayarse después de llorar desconsoladamente.

Irene era la única que disfrutaba de la tranquila noche.

Aunque un dolor ardiente persistía en su brazo, Irene lo dejó pasar. Un olor rancio a medicina flotaba a través de las vendas blancas que le había puesto el médico de la familia del Conde Aaron.

Aun así, era divertido.

“¿Adónde iré después de ver el mar invernal?”

Irene estaba sumida en sus felices fantasías. En cualquier caso, esa persona llegaría a la capital imperial al amanecer, la víspera de la festividad de la diosa. Por ahora, Irenea solo tenía que esperar.

‘Otra vez…’

Irenea parpadeó con sus grandes ojos felinos. El color de sus grandes ojos, que se asemejaban a los de un gato, era misteriosamente diferentes. Poseía un ojo azul, que reflejaba el cielo, y un ojo dorado, que representaba la divinidad. Gracias a eso, se rumoreaba que había sido maldecida por el cielo.

Él fue el único que no la rechazó por su singular apariencia.

<“¿Qué hay en lo profundo del mar?”>

<“Hay un abismo, ¿verdad? Nadie sabe qué vive en un abismo más profundo que el corazón humano.”> (César)

<“No puede haber nada más aterrador que los monstruos que habitan en el interior de los seres humanos, ¿verdad?”>

Irenea repasó la conversación que había tenido con él.

<“Irenea, ¿qué clase de monstruo vive en tu interior?”> (César)

<“En mi interior… Vive un monstruo que atrae la desgracia.”>

<“… Eso está mal. Si ese monstruo solo atrajera la desgracia, nunca habría conocido a Irenea.”> (César)

El hombre le estaba diciendo indirectamente a Irenea que no le traería desgracias. Cada palabra que decía era la de una persona amable, a diferencia del Archiduque Benito, quien cortaba a Irenea con palabras como una cuchilla afilada.

<“¿Por qué no dejas de preguntarte qué hay en las profundidades del mar y exploras lo que hay más allá?”> (César)

<“¡Más allá!”>

<“Más allá del mar está el Imperio Occidental, se dice que hay un lago que mana miel y una fuente donde el sonido de las canciones nunca cesa.”> (César)

<“¡Guau!”>

<“Y también dicen que hay muchos hombres guapos.  ¿Qué te parece?  ¿No te interesa?”> (César)

Su tono estaba lleno de amabilidad, pero también de picardía. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

<“Bien.”>

<“Construir un harén podría ser una buena idea.”> (César)

<“¿Un harén?”>

<“Tener varios hombres como amantes…”> (César)

<“¡Ay! ¡Con uno solo ya es suficiente!”>

Antes pensaba así… Bien. Irenea fijó su próximo objetivo: ir a Occidente. En Occidente, las mujeres también podían tener un harem con múltiples esposos, ¿verdad? Dicen que los hombres allí son guapos, así que crear un harén y vivir feliz el resto de su vida parecía una buena idea.

¿Un amor puro e incondicional?

Irenea no creía en el amor porque era muy realista.

No existen los sueños así de fantásticos en este mundo. Así que eso parecía más realista que soñar con un romance eterno con un solo hombre.

Si el amor realmente existiera, el padre biológico de Irenea no habría abandonado a su madre. De haber sido así, podrían haberse casado como lo habían planeado, ella habría dejado su trabajo de sirvienta y haberse mudado juntos al lejano sur.

Si hubiera sido así, ¿no habría sido la vida de Irenea un poco mejor?

Irenea pensó con desdén.

Era un pensamiento inútil.

Incluso bajo la suave manta de seda, la vida de Irenea era miserable.

Solo la esperanza en un futuro lejano mantendría a Ireneia en pie también esta vez.

‘¿Ese hombre será el mismo…?’

‘Oh. La palabra ‘el mismo’ no era correcta.’

Irenea negó con la cabeza, reflexionando sobre el hecho de que había regresado al pasado.

No tenía tantas esperanzas. Tal vez ese hombre también cambie cuando pruebe el poder. Dicen que el cargo de Emperador convierte incluso a un ser humano íntegro en un monstruo.

Se dice que la codicia y la avaricia pueden llevar incluso a la destrucción de la propia vida. No esperaba que ese hombre fuera diferente. La vida pasada de Irenea le había enseñado a no confiar en los humanos.

Pero estaba segura de que él sería mejor que el Archiduque Benito.

Él no era como el Archiduque Benito, quien sucumbió a la avaricia. Así que se aferró a la débil esperanza de que pudiera seguir siendo un ser humano íntegro un poco más de tiempo.

Porque él fue el único que le tendió una mano humana a Irenea, a quien todos despreciaban.

<“¿Está bien?”> (César)

Ese día, empujada por Karolia, rodó por las escaleras. Mientras que la gente que despreciaba y compadecía a Irenea estaba murmurando, ella estaba pensando en otra cosa.

Sintió que el césped del jardín era más cómodo que el salón de banquetes. Así que consideró quedarse allí un rato más. Se quedó allí sentada, sin aliento por el dolor familiar, cuando una mano grande y firme se extendió hacia Irenea.

<“Le ayudaré a levantarse.”> (César)

<“¿Sabe quién soy?”>

<“Soy César Benoit Lizandros. He sido grosero.”> (César)

<“Yo…”>

<“Lo sé, Lady Irenea.”> (César)

<‘¿Ese hombre también intenta usarme? Muchas veces he experimentado que me pidan más a cambio de un pequeño acto de amabilidad. ¿Cuál es la intención de este hombre al acercarse a mí?’>

César disipó de un plumazo la intensa preocupación de Irenea.

<“Es invierno. Si se queda sentada en el frío demasiado tiempo, se resfriará. Aunque los inviernos en la Capital Imperial no son tan duros como en el norte, tienden a ser molestos y propensos a ser acompañados de un resfriado persistente.”> (César)

Lo agarró de la mano como si estuviera poseída.

César ayudó a Irenea a levantarse y se fue sin pedir nada a cambio.

Era la primera vez que recibía una amabilidad desinteresada.

 

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