MNM – Episodio 3
Irenea esbozó una leve sonrisa y luego se sumergió de nuevo en su trabajo.
Pase lo que pase, la Condesa no podía mover un dedo contra Irenea, después de todo, ella era la Santa de la Profecía. Así que, desde su nacimiento, a pesar de sus humildes orígenes, fue considerada la consorte del Archiduque Benito.
La Condesa, aunque insultaba a Irenea y le encomendaba tareas difíciles, no podía ejercer ninguna violencia sobre ella.
Eso se debía a que Irenea estaba bajo el cuidado no solo del Conde Aaron, sino también del Archiduque Benito. Sin embargo, eso no significa que la casa del Archiducado Benito se convirtiera en el escudo de Irenea.
Ah, qué desilusión.
“¿Qué día es hoy? ¿Ha pasado ya la festividad de la diosa, o todavía no?”
La festividad de la diosa era una celebración en honor a los logros de la diosa Mercedes, quien fundó el imperio y enderezó los cielos. Si tomaba ese día como punto de referencia, podía calcular cuándo conocería a ese hombre.
Becky respondió con voz temblorosa.
“La festividad de la diosa es dentro de tres días, Señorita.” (Becky)
‘Ah, ya veo.’
“¿Qué año es ahora?”
“Mercedes, 357.” (Becky)
Becky respondió puntualmente, aunque le pareció extraño.
‘¡Esto es aún mejor!’
Irenea sonrió levemente. Podría parecer extraño para los demás, pero Irenea lo comprendió. Justo ahora, avivar las llamas, era el momento óptimo para ella.
El hombre regresaría a la capital, temprano en la mañana del día anterior a la festividad de la diosa. Era su deber, como descendiente de la familia imperial, ofrecer una oración en el Templo Central.
Irenea sabía exactamente a qué hora y qué ruta tomaría el hombre.
Ah, estaba feliz de que el día para despedirse de la insufrible familia del Conde estuviera cada vez más cerca.
Irenea era una persona positiva que encontraba la felicidad incluso en las cosas más pequeñas.
Ella vio luz en el barro.
Así que protegería esa luz.
* * *
Una rica sopa en huesos de res, cocida a fuego lento, fue servida ante el Conde.
A partir de ahí, comenzó el incidente. Salía vapor de la sopa recién sacada de la olla hirviendo, e Irenea puso la mesa con familiaridad.
“Irenea.” (Condesa)
‘Entonces, así es.’
A juzgar por la cara hinchada de Karolia, debió de haber ido a ver a la Condesa, derramando lágrimas y ella no podía dejarlo pasar sin más. Irenea respondió, fingiendo humildad.
“Sí, madre.”
“¿Karolia dijo que la insultaste?” (Condesa)
“¿Yo?”
Irenea parpadeó, fingiendo inocencia.
“¡Mira eso, madre! ¡Qué despreciable! ¡Destruyó completamente la reputación de Aaron delante de las criadas!” (Karolia)
“Karolia.” (Condesa)
La Condesa la llamó solemnemente por su nombre.
“Para empezar, mamá te dijo que no entraras en la cocina.” (Condesa)
“…Estaban haciendo la sopa para padre, así que fui a ver cómo estaba.” (Karolia)
‘¡Zorra!’
Murmuró Irenea para sí misma.
Karolia había elegido solo las palabras que agradarían al Conde y a la Condesa. Por supuesto, todos los presentes sabían que no era cierto. Karolia no era una niña tan bondadosa e inocente, y seguramente había ido a la cocina a molestar a Irenea.
Sin embargo, la Condesa sonrió con dulzura.
“Nuestra querida Karolia. Es por tu bondad que incluso la Gran Duquesa Benito te aprecia. Semejante tipo de corazón debes conservarlo hasta el final.” (Condesa)
“Sí, mamá.” (Karolia)
Karolia sonrió con las mejillas sonrojadas.
“Pero… Irene, escuché que ofendiste el corazón de Karolia.” (Condesa)
“Yo nunca hice eso, madre.”
Irenea sacudió la cabeza rápidamente. De todos modos, lo niegue o no, Irenea era la culpable en ese lugar. Así que diría todo lo que quería decir.
“Solo impedí que Karolia entrara en la sucia cocina.”
<¡Zas!>
No fue la Condesa quien respondió, sino el propio Conde. Arrojó la sopa aún caliente sobre Irenea, la cual goteó al suelo, dejando una marca roja en la piel de su brazo, expuesta al calor del verano.
“¡Querido!” (Condesa)
“¿Has visto a esa zorra irrespetuosa? ¿Qué derecho tienes a detener a Karolia?” (Conde)
<¡Clang!>
Sin detenerse ahí, el Conde le lanzó el plato que había contenido la sopa a Irenea. El plato se hizo añicos a sus pies y los fragmentos volaron y le hirieron los dedos.
‘Ah. ¿Así es como va a ser?’
Irenea miró al Conde con una expresión serena.
“¡No conoces tu lugar! ¡Si conocieras la gracia de haber sido alimentada y criada, deberías comportarte obedientemente! Dado que te hemos criado con tanto esmero y con la promesa convertirte en Archiduquesa, mínimo deberías vivir como un ratón muerto, ¿no? ¡Maldito insecto!” (Conde)
‘Maldito insecto.’
Es un buen insulto, pensó Irenea. Sin duda habrá una oportunidad para usarlo más adelante.
Irenea sacudió las manos, que estaban cubiertas de sopa caliente. Pudo ver a Karolia sonriendo radiantemente. No era la primera ni la segunda vez que sucedía. La mala costumbre de siempre esconderse detrás sus padres y presenciar la desgracia que azotaba a Irenea aún persistía.
El poder sagrado que bullía en su interior se retorció, listo para manifestarse.
‘No.’
Había grabado su poder sagrado, con la intención de ocultarlo, ya que sería un arma útil. Irenea habló, con el rostro pálido por el dolor de la quemadura.
“Padre, recuerda que dentro de tres días es la festividad de la diosa, ¿verdad?”
El Conde, que era muy temperamental, se detuvo de repente y ella alzó la voz.
“Asistiré a ese evento como prometida de Su Alteza el Archiduque Benito.”
Era una voz dulce y suave, como una canción. Irenea sonrió suavemente, cantando como un pájaro.
Hacer las cosas sin pensar en las consecuencias era el comportamiento común tanto en el Conde como Karolia. El Conde había echado a perder el plan, algo racional, de la Condesa para imponer un castigo diferente.
“¿Qué debo contarle a Su Alteza el Archiduque sobre las quemaduras en mi brazo?”
Irenea ladeó la cabeza, fingiendo inocencia.
Dar la vuelta a la situación fue tan fácil como lanzar una moneda.
La Condesa le hizo una señal urgente a su doncella.
“¡Trae un poco de agua helada, ahora!” (Condesa)
‘Ay, Condesa.’
‘Si alguien te ve, pensaría que de verdad te preocupas por mí.’
Irenea rió entre dientes. El Conde tragó saliva con dificultad.
Así que había muchas maneras de aprovechar esa situación. El Archiduque Benito detesta que lo desobedezcan, quizás porque nació con una arrogante estirpe.
¿Qué pasaría si Irenea le contara eso al Archiduque Benito?
Además de los rumores que circulan debido a su inminente boda con Irenea, el Archiduque Benito estaba muy pendiente de ella. Por más que sea el Conde Aaron, su colaborador más cercano, no dejaría pasar por alto ese asunto.
Aunque el Conde Aaron era un tirano en su casa, fuera de ella no era más que un peón del Archiduque Benito.
Irenea, por supuesto, comprendía los temores del Conde Aaron. El Archiduque Benito era tan frío como una serpiente.
Oh, claro, había otras maneras de aprovecharse de la situación.
Si se quedaba quieta…
Había mucha gente en la mansión del Conde Aaron cuidando de Irenea. Entre ellos, por supuesto, estaban los enviados por el Archiduque Benito, por lo que se esperaba que intervinieran si la seguridad personal de Irenea se veía comprometida. Por ejemplo, si se vertía sopa caliente en la mano de Irenea, provocando que su piel se hinchara al instante.
Tendrían que elegir entre informar al Archiduque Benito y ver al Conde Aaron meterse en problemas, o por el contrario aceptar la riqueza que Conde Aaron les ofrecería como soborno y guardar silencio. Por supuesto, uno de ellos le informaría al Archiduque Benito sobre ese incidente, incluso si aceptan dinero.
De esa manera, el Conde Aaron dejaría de perseguir a Irenea por un tiempo.
Eso era una certeza, ya que Irenea lo había experimentado innumerables veces en su vida pasada.
Anteriormente, Irenea había seguido obedientemente al Conde y la Condesa, con la esperanza de que las cosas mejoraran tras casarse con el Archiduque Benito. Fiel a su naturaleza, ella encontró esperanza incluso en ese lodazal.
Y así era antes, pero ya no.
¿No había decidido Irenea arrastrar a su exmarido al fondo con sus propias manos? Ella elegiría al nuevo Emperador con sus propias manos.
Ya no es necesario andar con rodeos y tratar de apaciguar al Conde. Ella había preparado unos cuantos platos de sopa durante ese caluroso verano, por lo tanto, creía haber pagado toda la gratitud por haberla criado.
“Irenea, este asunto debe mantenerse en secreto.” (Condesa)
La Condesa le ordenó a Irenea como si fuera lo más natural del mundo.
“Los Aaron son tu familia, ¿verdad? Creo que puedes dejar pasar por un error como este.” (Condesa)
La Condesa parecía pensar que esta vez también Irenea asentiría sin dudar.
Siempre había sido así, hasta ahora.
‘He cambiado, ¿verdad?’
Irenea sonrió suavemente.
“¿Por qué debería hacerlo?”
Irenea volvió a inclinar la cabeza. Con una sonrisa que a cualquiera le habría parecido molesta, preguntó sin rodeos.
“Si se lo cuento al Gran Duque Benito, ¿no se asegurará de que esto no vuelva a suceder?”
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