MNM – Episodio 72
“¡César!”
Irenea se puso de pie de un salto, fue un gesto que demostraba su alegría. Los ojos de César se abrieron de par en par y sonrió levemente.
Parecía haberse relajado considerablemente.
“¿Puedo pasar?” (César)
“¡Sí! ¡Claro que sí…!”
Irenea rodeó el escritorio apresuradamente y señaló el sofá. César obedeció dócilmente al gesto que parecía indicarle que se sentara de inmediato. Saber que no era el único nervioso y preocupado le trajo alivio.
Parecía que César no era una figura insignificante para Irenea.
“…De hecho, ya sabes, vine porque tengo algo que decirte.” (César)
“Lo siento.”
“¿Eh?” (César)
“Siento haberte engañado y también siento haber actuado egoístamente…”
En ese momento Irenea enumeraba las cosas por las que debía disculparse cuando César la interrumpió.
“Esa no es la clase de disculpa que esperaba, Irenea.”
César negó con la cabeza.
Su mirada era profundamente sombría. Irenea cerró la boca que antes parloteaba, y lo miró fijamente a los ojos. Le gustaba el César, que normalmente le sonreía con dulzura cuando la ve, pero también le gustaba él ahora, con esa expresión tan seria.
Irenea tragó saliva con dificultad.
Irenea había visto esa expresión innumerables veces. Era la expresión que César ponía cuando la abrazaba. César la había mirado con esa expresión, mientras se introducía en el interior de Irenea y luego, se movía lentamente, como para recordarle que estaba dentro de ella.
El recuerdo era tan vívido.
‘¡Ahora mismo estás pensando en eso …!’
‘¡Irenea, reacciona!’
Irenea se pellizcó el muslo, por suerte, César no pareció darse cuenta de lo que estaba pensando. César le dijo a Irenea:
“Irenea. Yo… Lo que quiero decirte es…” (César)
César respiró hondo.
“Tengo curiosidad por saber sobre tu corazón.” (César)
“¿Mi… corazón?”
César asintió. En ese momento, César estaba muy nervioso. El corazón le latía con fuerza, como si fuera a estallar.
“Yo… Amo a Irenea.” (César)
Las palabras salieron suavemente.
Cayeron como una losa sobre el corazón de Irenea. Irenea se tambaleó bajo el peso implacable de esa losa, que la golpeaba constantemente. La luz se filtraba por sus pupilas dilatadas.
“Me gustas, Irenea.” (César)
César repitió.
Una vez que lo dijo, la segunda vez fue fácil. Y la tercera también.
“Me gustas mucho, Irenea.” (César)
Fue la tercera vez que lo repitió lo que rompió el corazón de Irenea.
“Irenea, por eso tengo miedo, tengo miedo de que no vuelvas y me quede solo.” (César)
“Ce-Cesar…”
“No espero una respuesta ahora.” (César)
César negó con la cabeza ligeramente.
Como dijo Serpin, Irenea aún no estaba lista para reflexionar sobre sus sentimientos, si la obligaba, todo podría salir mal. César era una persona paciente, así que podía esperar su respuesta durante mucho tiempo.
“Solo prométeme una cosa, Irenea.” (César)
César se esforzó por sonreír.
“¿Recuerdas que me dijiste que podía hacer lo que quisiera si me enamoraba de alguien?” (César)
Irenea asintió lentamente.
“Pero me enamoré de ti, así que no puedo hacer nada por mi cuenta… Irenea, para cumplir tu palabra, por favor, regresa a mi lado, sin falta.” (César)
César la interrumpió a propósito, como intentando grabar algo en su memoria.
“…Eso es todo por ahora, Irenea.” (César)
El rostro de Irenea se sonrojó de repente.
‘Esa mirada otra vez, ¡esa mirada!’
Esa mirada que hace que Irenea se encienda. Y esa mirada que la hacían aceptar cualquier cosa.
“Prométemelo.” (César)
Él la instó una vez más.
Cada vez que César la miraba así, Irenea solo podía hacer una cosa. Respondió con los labios temblorosos.
“Sí… lo prometo, César.”
Solo entonces César sonrió como siempre.
Pero el peso que oprimía el corazón de Irenea seguía latiéndole con fuerza. Su corazón latía con fuerza, como para reafirmar su presencia.
Irenea cerró los ojos con fuerza.
* * *
Lo que César esperaba de Irenea no era tan grandioso, simplemente quería que volviera con vida. Parecía que no le exigía ningún sentimiento, sino que al menos él deseaba hacerle saber los suyos.
Irenea jugueteó con el dedo donde llevaba el anillo de bodas.
‘Ahora que lo pienso, ¿qué estaría pensando César cuando me puso el anillo?’
Subestimó el carácter de César.
Ahora que lo piensa, también le vino a la mente una idea similar. Quizás el matrimonio en sí mismo fue una forma para que César se uniera a Irenea. ¿No acabó César inevitablemente enamorándose de Irenea?
Incluso mientras la culpa la invadía, Irenea estaba encantada con los sentimientos que César albergaba por ella.
“¿Tiene la cara roja?” (Serpin)
“Oh… No es nada. Creo que es solo porque me la froté antes.”
“No lo creo.” (Serpin)
Serpin dijo, como burlándose; aunque César había estado perdido, parecía haber hecho bien su trabajo. La expresión de Irenea se iluminó notablemente.
Aunque parecía absorta en sus pensamientos, pasando las páginas un ritmo más lento y jugueteando con su anillo repetidamente, mostrando signos de falta de concentración, parecía sentirse mejor que antes.
Serpin tarareaba mientras revisaba los papeles.
“Eh, Serpin.”
“Sí, Su Alteza la Gran Duquesa.” (Serpin)
Serpin se volvió hacia su adorable Gran Duquesa.
“Eh… ¿César estuvo enamorado de alguien antes?”
“Oh.” (Serpin)
Serpin hizo un comentario lleno de interés y cerró los documentos. Las mejillas de Irenea se sonrojaron aún más, por lo que podía ver, no era porque se la estuviese frotando.
Serpin soltó una risita entre dientes, mientras observaba las reacciones de Irenea. Le había prometido a César informarle sobre la reacción de Irenea, sin entrar en detalles, solo si era positiva o negativa.
Pero preguntar por un ex amante de esa manera era más bien una señal positiva.
“No.” – Dijo Serpin con firmeza.
“Para César, Su Alteza la Gran Duquesa es la primera. Lo sé mejor que nadie, pues lo he visto de cerca. César no tenía el menor interés en esos asuntos.”
Eso no era un simple comentario; era la verdad. No cabía duda de que el linaje Benoit se estaba extinguiendo. La razón por la que Serpin y César se habían vuelto tan cercanos era porque se rumoreaba que, si todo iba bien, el hijo de Serpin podría suceder Benoit en el futuro.
El rostro de Irenea se ensombreció.
Eso era una mala señal. Si su amante no tenía pasado, ¿no debería ser feliz? Irenea parecía a punto de llorar y eso definitivamente parecía un problema.
“Como habrás adivinado, nuestro matrimonio no fue ordinario.”
Por supuesto, todos en Benoit lo sabían. ¿César, que tanto detestaba ir a la Capital Imperial, había traído una amante de allí? Hubiera sido más realista decir que había comprado a alguien para casarse.
Así que no era difícil percibir que algo ocurría en su matrimonio. Serpin asintió sin darle mayor importancia, e Irenea se aclaró la garganta.
Pensaba que era un matrimonio por contrato secreto, pero acabó revelando todo sobre ese matrimonio apresurado.
En fin…
“Pero César es un hombre íntegro y recto.”
La mirada de Irenea se profundizó.
“Me pregunto si dado que estamos ligados por matrimonio, se equivoca con respecto a sus sentimientos hacia mí. ¿Podría estar confundiéndolo con amor? O tal vez sea un sentimiento nacido como un accidente, surgido sin la libre voluntad de César.”
“¿Cómo es eso posible…?” (Serpin)
“¿Mmm?”
“Parece que ha encontrado a su alma gemela.” – Serpin aplaudió y dijo.
“¿Alma gemela…?”
“¿Cómo es posible que solo piensen el uno en el otro?” (Serpin)
“¿Qué…?”
“Entonces, ¿qué opina de Su Alteza la Archiduquesa de sus sentimientos? ¿Qué piensa Su Alteza la Gran Duquesa de Su Alteza el Gran Duque?” (Serpin)
“Yo…”
Los ojos de Irenea titubearon.
‘¿Yo?’
Ella… No lo sabía. Todavía no sabía nada.
No tenía tiempo para pensar en esas cosas, lo que Irenea tenía claro ahora era que quería hundir a Rasmus y al Conde Aaron en el barro.
Y quería elevar a César, a ese hombre que brillaba con más intensidad que nadie, al trono. Irenea se movía por ello.
En medio, por supuesto, estaba César.
Él era una variable que Irenea no había considerado. Claramente, Irenea había comenzado con un contrato pragmático, pero César era una persona más afectuosa y con una gran riqueza emocional. César incorporaba naturalmente sus emociones a la relación que Irenea había construido entre ellos.
No se limitaba a proyectar sus propios sentimientos.
César trataba a Irenea con humanidad. ¡Irenea no podía evitar pensar diferente!
Incluso ahora. ¿Acaso Irenea no estaba considerando cosas que no había considerado? Irenea se mordió el labio dejó escapar un leve gemido. Desde el principio, la carga emocional siempre había recaído sobre ella, ella era la que sufría, la que era herida y la que terminada quebrada una y otra vez.
Pero ahora era diferente.
Esa calidez conmovió suavemente a Irenea y su corazón que había construido un muro de contención frío y hermético comenzó a derretirse, poco a poco.
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