MNM – Episodio 67
No importaba si la Santa carecía de poderes, podría simplemente irrumpir en el templo, traer médicos y resolver la situación de alguna manera.
Aunque el tiempo se ralentizara, la gente creería que la presencia de la Santa había salvado a más personas y aunque muchos murieran por la enfermedad, los supervivientes creerían que ella los había salvado.
Y todo el mérito sería para Rasmus.
Luego, se casaría con la Santa, y poco después, cuando la mujer muriera envenenada con mercurio… Si simplemente lo justificaría diciendo que fue porque usó de manera excesiva su poder sagrado y el estatus de Rasmus aumentaría un poco más.
Era un escenario hermoso y perfecto.
Rasmus, que lo había planeado todo hasta ese punto, dio un paso al frente para resolverlo. El rostro del Emperador se iluminó.
“¡Por Dios! Rasmus. Me estás ayudando. Siempre has estado a mi lado, trabajando por el Imperio.”
“Majestad… Solo trato de hacer lo correcto.” (Rasmus)
“Rasmus, Rasmus. Si salvas al Imperio esta vez, no me arrepentiré de cederte este puesto.”
Era una de las frases favoritas del Emperador.
Aun así, Rasmus no tuvo más remedio que bailar a su ritmo. Esa cría de rata de Torben había arrastrado a Rasmus hasta ese punto, presionándolo con la excusa de que él tenía el poder de decidir sobre el trono.
Aun así, después de seguirle el juego, la gente consideraría a Rasmus como el heredero. Y Rasmus necesitaba el poder de esa idea.
“Gracias, Su Majestad el Emperador.” (Rasmus)
Rasmus inclinó la cabeza.
“Si logra resolver este asunto con éxito, persuadiré a la Emperatriz y propiciaré una reconciliación entre Lady Karolia y ella.”
“Si puede hacer eso, no podría pedir más.” (Rasmus)
Rasmus soltó una breve risita.
Había oído rumores de que Karolia lo había estropeado todo, es más, prácticamente le habían prohibido la entrada al palacio imperial. Eso equivalía a expulsarla del centro del poder.
Confiaba en que lo resolvería bien y se lo dejó, pero ahora lo había arruinado todo. Era una decepción total. Pero al verla llorar a moco tendido estando embarazada de su bebé, no tuvo más remedio que decirle que él se encargaría, que la perdonaría.
Rasmus chasqueó la lengua ante la lamentable situación de ella.
Le había advertido a Karolia que nunca más intentara oponerse a la Emperatriz.
Y en cuanto Karolia diera a luz, planeaba contratar a un profesor de etiqueta para que tomara clases de nuevo, tenían que montar un espectáculo para apaciguar el estado de ánimo de la Emperatriz. Karolia lloró aún más fuerte, pero él no podía ceder.
Aunque la Emperatriz estuviera por debajo del Emperador, su poder era innegable y Rasmus quería convertirse en Emperador de la manera más suave posible.
¡Sin interferencias!
* * *
Una tormenta también azotó el templo.
Rasmus era más aterrador que la peste.
Rasmus era un hombre capaz de todo si eso significaba tomar el poder. Era fácil adivinar por qué Rasmus había venido al templo en ese momento, debía de estar intentando llevar a los sacerdotes del templo para resolver el asunto de la epidemia.
Era evidente que geógrafos, médicos y muchos otros doctores arriesgarían sus vidas y serían arrastrados hasta allí en nombre de Rasmus. La gente estaba desorientada.
“¡Parece que Dios nos ha abandonado! ¿Cómo puede permitir que el Archiduque Benito, un hombre más aterrador que la propia epidemia, viva en estos tiempos?”
Los sacerdotes cayeron en la desesperación.
“¡Uf! ¿De qué serviría ir? Solo enfermaríamos y moriríamos. ¿Qué podríamos hacer con nuestros míseros poderes divinos? ¡Es pura propaganda!”
“Así es. ¿Qué debemos hacer…?”
Pero quedarse allí de pie, con las cabezas juntas, no detendría a Rasmus, que ya se dirigía al templo. Finalmente, Rasmus llegó, parecía un ángel de la muerte, que había venido a quitar la vida a los sacerdotes.
“Sacerdotes, obedézcanme y cumplan la voluntad de Dios.” (Rasmus)
“Su Alteza, el Archiduque Benito.”
Todos los sacerdotes se arrodillaron al unísono, era un marcado contraste con su actitud hacia César. Cada vez que Rasmus venía al templo, esperaba ser tratado como un Emperador, por eso todos se apresuraron a salir y arrodillarse.
“Esta vez, Dios nos ha enviado una plaga como castigo, poniéndonos a prueba. ¿No deberíamos superar bien esta crisis? Puesto que se han consagrado a Dios, creo que darán un paso al frente de forma natural. ¿Quién será el primero en hacerlo?” (Rasmus)
Rasmus dijo con arrogancia.
Creía que, puesto que él había dado una orden, todos los presentes debían dar un paso al frente. Al fin y al cabo, él era el futuro Emperador, un hombre de la sangre de Lizandros. Naturalmente, los sacerdotes del templo debían obedecer sus palabras. Entre los sacerdotes que habían estado observándolo atentamente, uno, a quien empujaron de la cadera avanzó tambaleándose.
“¿Ah? ¿Tú vas a tomar la iniciativa?” (Rasmus)
“Su Alteza, el Archiduque Benito.”
El sacerdote abrió la boca con voz temblorosa, por más que se devanó los sesos, no encontraba salida a aquella situación. Los sacerdotes del templo carecían de poderes curativos fuertes y dado que era una enfermedad infecciosa, quizás podrían salvar a uno o dos, pero no podrían curar la enfermedad que se arraigaría en ellos mismos.
Sus débiles poderes divinos no se activarían para protegerse a sí mismos.
‘¡No quiero morir así…!’
Aquella muerte era verdaderamente inútil, tenía una familia que mantener, tenía una hija pequeña y una esposa a la que conocía desde antes de convertirse en sacerdote.
Sus rostros le vinieron a la mente. Si moría, se verían obligadas a mendigar en las calles.
Abrió la boca con voz temblorosa.
“Me gustaría recomendar a otra persona en lugar de mí.”
Los que estaban detrás contuvieron la respiración.
Fue por el miedo a que llamaran su nombre, lo que los hizo encogerse.
El sacerdote, sintiendo su miedo, habló.
“¡El sacerdote Fidelis, que viene de Benoit, tiene poderes curativos extraordinarios! ¡Quiero recomendar a esa persona, Su Alteza!”
“¿Benoit?” (Rasmus)
La palabra resonó con fuerza en los oídos de Rasmus.
Eso significaba que era el sacerdote que había oficiado la boda de César. Y la sola mención de la palabra Benoit hizo que Rasmus sintiera antipatía hacia Fidelis. Rasmus sonrió con ironía.
“Ah, así que sí existía alguien así.” (Rasmus)
“¡Sí, sí! ¡Si es el Padre Fidelis, sin duda podrá resolver ese asunto! ¡Envíe al sacerdote Fidelis a ese lugar!”
“Acepto tu sugerencia. En cuanto llegue la persona recomendada, envíenlo a la residencia del Archiducado de Benito, yo me encargaré de conseguir al resto del grupo.” (Rasmus)
“¡Sí, Su Alteza el Gran Duque!”
Los sacerdotes, aliviados de que no se mencionaran sus nombres, se llevaron la mano al pecho e inclinaron la cabeza.
Rasmus salió del templo y un destello de furia brilló en los ojos de los sacerdotes al mirar al dictador. Habían traicionado a un camarada ausente, pero también estaban aterrorizados.
Y necesitaban a alguien a quien culpar, aunque solo fuera para mitigar su culpa y esa persona era Rasmus. Si Rasmus no hubiera venido, no habrían tenido que vender a Fidelis. ¡Si Rasmus no hubiera hecho exigencias tan irracionales!
“Todo esto es culpa del Archiduque Benito. Incluso si mueren inocentes, es culpa del Archiduque.”
“¡Tienes razón! ¡El Archiduque intenta resolver un problema que está fuera de sus capacidades! ¡Vendiendo vidas ajenas!”
“Ni siquiera es su responsabilidad resolverlo. ¿Acaso dices que está bien matar a otros solo porque su vida es preciosa?”
Los sacerdotes se estremecieron.
Mientras se reunían para maldecir a Rasmus, su culpa pareció desvanecerse. Sí, Fidelis lo entendería. ¡Porque no fue culpa suya, sino de Rasmus!
En el lugar donde Rasmus, que se había ido sin dejar rastro, había estado de pie se esparció sal gruesa, como si hubieran visto un demonio.
Fidelis, ajeno a la situación, regresó al templo, con el corazón apesadumbrado y triste.
* * *
Las noticias de la epidemia se propagaron con mayor rapidez. De hecho, como se trataba de una crisis imperial, los mensajeros se movieron con más celeridad. La noticia del inicio de la epidemia llegó a César por una ruta rápida.
Para cuando Benoit recibió la noticia, la epidemia ya se había extendido desde el sur, infiltrándose en el sureste, el suroeste y la región central. Pronto atravesaría la capital Imperial y llegaría al norte. El único consuelo era que el norte era un terreno cerrado, lo que permitía retrasarlo un poco.
Tenían tiempo para prepararse.
“La velocidad de contagio es más rápida de lo esperado. Ni siquiera los médicos han descubierto aún la vía de transmisión.” (Mensajero)
César apretó el puño. Se desconocía la vía de transmisión. Parecía implicar que incluso bloquear los barcos que venían desde el sur podría ser inútil.
“¿Cuánto tarda en progresar desde el inicio hasta la muerte?”
“Parece que tarda alrededor de un mes, aparecen ampollas por todo el cuerpo, y cuando revientan, comienza la necrosis. El final de esa necrosis está la muerte.” (Mensajero)
“Si pudiéramos detener la necrosis con medicamentos, ¿no podríamos detener la muerte?”
“Eso sería estupendo, pero los medicamentos actuales no son suficientes para detener la propagación de las ampollas.” (Mensajero)
“…Vere si hay algo que pueda ayudar en el Norte.”
César respondió con gravedad.
Cuando surgía una situación así, el peso sobre los hombros de César parecía duplicarse. Ocupar un cargo tan alto implicaba más obligaciones que derechos. Desde que se convirtió en Gran Duque de Benoit, César tenía aún más obligaciones que cumplir.
Y César siempre había asumido esa carga con gusto, y esa vez no sería diferente.
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