MNM – Episodio 65
“Llamaré al médico de inmediato.” (Jefa de doncellas)
“Yo informaré a Su Alteza el Gran Duque. Parece que será mejor que cene en su dormitorio esta noche…” (Emma)
“También tendré que informar a la asistente Serpin. No puedo dejarla esperando así.”
La gente se dividió rápidamente las tareas y se dispersó. La tarea de Emma era una sola: Acompañar a Irenea, que estaba desconcertada por los movimientos bruscos, y llevarla con cuidado a su habitación.
Irenea dejó escapar las palabras que no había sido capaz de pronunciar.
“No creo que sea para tanto.”
“¡No, Su Alteza la Gran Duquesa! No importa cuál sea la enfermedad, si se detecta y trata a tiempo, no sufrirá. El médico llegará pronto, así que no se preocupe y descanse bien.” (Emma)
Emma habló con firmeza.
Emma llevó a Irenea a la habitación a cuestas, la vistió rápidamente con el pijama y la acostó en la cama, luego, le colocó una toalla fresca y bien escurrida en la frente. Emma se sentó junto a Irenea, la abanicó y suspiró profundamente.
“Olvidé que los veranos del norte son más calurosos que en la Capital Imperial. Como es su primera vez aquí, es comprensible que se sienta mal. Después de una siesta reparadora escuchando el sonido del mar, se sentirá mucho mejor.” (Emma)
“…No es así” – Murmuró Irenea en voz baja.
Era la primera vez que la trataban como a una niña, que alguien se preocupaba por su salud y se ofrecía a cuidarla. Además, todos se mostraban muy atentos con ella, no la señalaban con el dedo ni la criticaban.
<“¿Solo sirves para comer? Si te recogimos y criamos, ¡al menos deberías hacer algo para pagar la comida!”>
Le dijo la Condesa a Irenea, cuando tenía fiebre alta y deliraba. Después de haber estado en un lugar tan terrible, era normal que no pudiera adaptarse a la situación actual. Una suave brisa soplaba suavemente. El castillo estaba construido con piedra de alta calidad, diseñado para mantener una temperatura interior agradable incluso en verano.
Si Irenea no hubiera estado dando vueltas bajo el sol abrasador, entrenando como un caballero, jamás se habría deshidratado.
Aun así, Irenea se recostó obedientemente, cerrando los ojos sin oponer resistencia.
Por primera vez, se dio cuenta de lo maravilloso que era sentirse cuidada.
Las heridas que quedaban en el interior de Irenea y aún la atormentaban parecían estar sanando lentamente. Aunque se recordaba a sí misma que no debía entregarse por completo a Benoit, ya había dado mucho de sí misma. Irenea se llevó la mano al pecho.
‘No lo olvides, Irenea. Esto no es tuyo. Viniste aquí solo por contrato…’
Era una forma de consolarse a sí mismo. Se animaba a no malinterpretar la situación y sufrir un gran daño después. Ese era un puesto que debía dejar libre en cualquier momento, si César así lo deseaba.
Irenea no se había dado cuenta de que nunca había considerado la posibilidad contraria. Quizás fuera porque no había encontrado una paz completa, ella aún no tenía la tranquilidad mental para contemplar y examinar sus propios sentimientos.
Cuando Irenea estaba a punto de tragarse su pena y quedarse dormida.
“¡Irenea!” (César)
César irrumpió en la habitación, abrió la puerta de par en par y entró, despertando a Irenea de su letargo.
“¿Qué te duele?” (César)
Al ver el rostro preocupado que se acercaba de repente, Irenea no pudo evitar soltar una carcajada. Al ver ese rostro lloroso, sintió que debía despertar, aunque estuviera fingiendo. César se inclinó con su enorme cuerpo, parecido al de un oso, y le puso la mano en la frente.
“Parece que tienes fiebre. Creo que te has esforzado demasiado últimamente. ¿Ya llegó el médico?” (César)
César dirigió su mirada penetrante a la jefa de doncellas. Aunque César no era precisamente una persona como una brisa primaveral, la jefa de doncellas, acostumbrada a recibir esa mirada, inclinó la cabeza con familiaridad.
“Está en camino.”
“…Vendrá cuando esté sin aliento.” (César)
César le dijo fríamente y con sarcasmo a la jefa de doncellas.
“Dile que venga rápidamente.” (César)
“Sí, Alteza el Gran Duque.”
Los ojos de Irenea se abrieron de par en par.
Aunque esa actitud de César Los parecía familiar para los sirvientes, para Irenea era la primera vez, porque César, tanto en su vida pasada como en la presente, había sido para ella como una brisa primaveral.
¿Pero qué era lo que acababa de ver?
Irenea parpadeó sorprendida.
Pero cuando César giró la cabeza para mirarla, su rostro era como el de un cachorro abandonado.
‘No te enfermes. Ojalá pudiera sentir tu dolor y sufrir por ti, pero no puedo, así que, por favor, Irenea, no te enfermes.” (César)
Irenea ladeó la cabeza.
El rostro de César, que hablaba como un niño, solo mostraba sumisión.
‘¿Escuché mal?’
Irenea ladeó la cabeza.
* * *
César, tras asegurarse de que Irenea dormía, salió de la habitación y suspiró profundamente. Casi comete un error, Irenea casi lo descubre su actitud hacia los caballeros y sus compañeros.
César no era un amo bondadoso.
A veces se enojaba y señalaba los errores con dureza. Y a veces, como hoy, también hablaba con rudeza. Si bien eso no estaba mal, quería mostrarle a Irenea solo su lado bueno.
Por eso dudó.
A Irene, que ya había visto solo el lado feo del mundo y de la línea de sangre de Lizandros, no le gustaría ver a un César así.
Quizás era porque su primer encuentro aún permanecía grabado en su corazón.
Ese día, Irenea lloraba.
Mientras miraba a César con los ojos muy abiertos, las lágrimas le corrían por las mejillas como una cascada. César probablemente nunca olvidaría esa imagen en toda su vida.
Irenea era como un alma frágil, profundamente herida. Parecía a punto de desmoronarse y desaparecer en cualquier momento. Irenea lo miró como si no le quedara nada a lo que aferrarse, solo a él. ¿Pero cómo podría olvidar ese día?
Por eso César odiaba aún más lastimar a Irenea.
Si Irenea lloraba como ese día, César podría culparse a sí mismo. Quizás por eso siempre cedía ante Irenea e intentaba complacerla. César siempre elegía ser el débil cuando se trataba de Irenea.
Pero eso no era para nada injusto. Al contrario, se sentía placentero.
Si tan solo Irenea fuera feliz por eso.
“Uf. Mejor tengo cuidado con lo que digo.”
César se tocó los labios.
* * *
Una noche de verano en el norte.
Una noche tan clara como esa, con estrellas salpicando en el cielo despejado, como si fueran a caer, esa noche se celebró una fiesta campestre para la alta sociedad del norte. Era la primera presentación formal de Irenea en la sociedad norteña desde su matrimonio.
Irenea llevaba un vestido morado y un collar de perlas y diamantes. Con su larga melena ondulada suelta, parecía un hada emergiendo del velo de la noche. Además, los hermosos ojos de Irenea irradiaban un encanto indescriptible.
Todos los presentes estaban embelesados con Irenea.
Aunque el color del cabello se puede teñir, no se puede cambiar el color de los ojos.
Los ojos únicos y hermosos de Irenea eran algo que nadie podía imitar. La gente suspiraba con pesar.
Sin embargo, a Irenea se le heló el corazón, como si las miradas de la gente tuvieran malas intenciones. Hasta ahora, cuando Irenea había sido el centro de atención, en la mayoría de los casos había sido precisamente en ese sentido. Miraban con disgusto los ojos de distinto color de Irenea.
O miraban a Rasmus y Karolía, que estaban a su lado. Y luego, alternando las miradas entre Karola e Irene, la señalaban con el dedo. Aunque en ese momento Irenea era la anfitriona impopular, y Karolía la amante que acaparaba todos los favores.
Por eso Irenea era tan reacia a ser el centro de atención.
Simplemente se armó de valor para venir, pensando que tal vez, por estar en el norte, algo sería diferente.
‘Como era de esperar, es del mismo modo.’
Justo cuando Irenea intentaba calmar su decepción…
“¡Ah… Es tan hermosa…! ¡Ja!” (Niña)
La mujer, que había dejado escapar una exclamación involuntaria, se tapó la boca. Sus ojos se movieron de un lado a otro rápidamente. Aunque fue un comentario grosero y descortés, la mujer nunca sabría cuánto consuelo le brindó a Irenea.
La gente la señaló y estalló en carcajadas.
“¡Ay, Dios mío! ¡Qué tonta eres!”
“¡Ay, Mi Señor!”
“¿Cuántos años tienes? ¿Por qué no te disculpa de inmediato?”
“¡Uuuuuuu! ¡Estoy siendo sincera!”
Se armó un pequeño alboroto. La mujer, huyendo del regaño de su madre, se acercó a Irenea. Su rostro se sonrojó con un puchero. De cerca, su aspecto juvenil resaltaba. Era casi de la misma altura que Irenea, así que imaginaba que también tendría su misma edad, pero en realidad era una adolescente a mediados de los 10.
Así se sentía el rápido de crecimiento del norte.
“Lo siento, Su Alteza la Gran Duquesa; cometí un lapsus. Soy la hija del Vizconde Circe. Por favor, perdóneme.” (Niña)
Irenea negó con la cabeza.
“No ha pasado nada. ¿Cómo te llamas?”
“Dominia.” (Niña)
La niña sonrió, arrugando la nariz. Era una niña que mostraba claramente las huellas de haber sido criada con amor. La Vizcondesa Circe estaba de pie junto a Dominia.
“Me disculpo una vez más, Su Alteza la Gran Duquesa. Mi hija aún es pequeña… Insistió en venir a verla hoy, y la traje conmigo, pero ha cometido esta descortesía.” (Vizcondesa)
“Dije que no pasó nada, así que no pasó nada, Vizcondesa Circe. Gracias a ambas por venir.”
Irenea sonrió alegremente, César le devolvió la sonrisa. La tensión en las manos de Irenea, que había sido palpable, se desvaneció gracias a Dominia.
‘Supongo que tendré que recompensar a la Vizcondesa Circe más tarde.’ (César)
Nameless: Nos quedamos aquí nos vemos la semana que viene.
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MNM - Episodio 64 “No, está bien. Bajaré sola.” La criada parecía preocupada, pero…
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