MNM – Episodio 46
Sin embargo, a la Gran Dama no le disgustaban las personas honestas. Cuando Irenea le contó sus sentimientos, en lugar de parecerle extraña, la vio con otros ojos, simplemente había asumido que César había sido un ingenuo, se había dejado consumir por la fiebre y se había casado con la mujer.
Pensó que tenía sentido, ya que era hijo del difunto Emperador.
Pero, parecía haber una historia un poco más profunda detrás de eso, no por el lado de César, sino por el de Irenea. Rasmus también tenía la sangre del Emperador, así que probablemente no tenía reparos en pensar lo mismo y usar a Irenea como una herramienta para un fin.
‘De esa manera son los de la familia imperial.’ (Gran Dama)
Y si Irenea hubiera vivido así toda su vida, sus valores se habrían corrompido.
“Aun así, no quiero volver.”
“Archiduquesa.” (Gran Dama)
“César es mejor que Rasmus.”
“No lo creo.” (Gran Dama)
Si hubiera sabido desde el principio que Irenea era la protagonista de la Profecía del Cabello Sagrado, habría impedido su matrimonio. Pero, como su relación ya estaba certificada por el templo… Ella pensó que había tenido cuidado de no dejar que Cesar se viera envuelto en ese destino.
‘Maldita sea.’ (Gran Dama)
Había estado intranquila desde el momento en que él fue a la Capital Imperial.
“Yo… Yo le demostraré, que César es una persona mucho mejor.”
Irenea hizo una promesa difícil de cumplir, se propuso demostrar lo que César no había logrado demostrar en más de veinte años. La Gran Dama pareció sorprendida.
“¿Archiduquesa?” (Gran Dama)
“Admito que me equivoqué, no debí considerar al bebé como un medio para un fin. Sin embargo, mi cabello plateado sigue siendo un símbolo de la profecía; solo con eso, haré de César el Emperador. Y mientras César recorre ese camino, podrá demostrarle a la Gran Dama, que no se parece en nada a Rasmus. Yo lo creo así.”
Irenea respondió con firmeza.
La Gran Dama soltó una risita. La determinación de Irenea parecía a la vez temeraria e impresionante. – ‘¿Cómo podía esa niña tener tanta confianza?’
“…Estoy cansada, no tienes que venir a visitarme en el futuro.” (Gran Dama)
“No, Gran Dama. Si quiero demostrárselo, necesito visitarla con frecuencia.”
Irenea decidió que la Gran Dama no era mala persona. Como era de esperar, no lo sabes hasta que lo experimentas por ti mismo.
“Asistirá a la boda, ¿verdad? El Padre Fidelis viene de la Capital Imperial a oficiar la boda, Gran Dama.”
La Gran Dama se puso rígida.
La Gran Dama miró a Irenea, con el rostro pálido. Irenea presentía que algo no cuadraba y dejó de hablar. No parecía haber cometido ningún error…
“¿Acaso el sacerdote Fidelis certificó vuestro matrimonio?” (Gran Dama)
“Sí, lo hizo.”
“¡Ja!” (Gran Dama)
La Gran Dama inclinó la cabeza.
Parecía como si el sacerdote Fidelis hubiera tocado algo en la mente de la Gran Dama.
“Entonces no podré ir a la boda.” (Gran Dama)
“¡Gran Dama!”
La mitad fue un error de Irene.
“César lo entenderá y nadie en la familia Benoit querrá contar con mi presencia. Puede irse ya, Gran Duquesa.” (Gran Dama)
Era la segunda orden para que el invitado se fuera, por lo que esta vez, no pudo negarse.
Era porque el rostro de la Gran Dama parecía como si se hubiera tragado décadas de tiempo en un solo instante. Irenea hizo una reverencia y salió de la habitación. Su primer encuentro con la Gran Dama había sido un completo fracaso y el mayor problema era que desconocía el motivo de su fracaso.
La mitad de dicho fracaso se debió a los errores de Irenea.
La Gran Dama manifestó su rechazo, pues sus pensamientos sacaron a la luz su estrechez de mente; como la Gran Dama era una persona muy recta, ella pensó que César debía de haber vivido así. ¿Pero qué había del Padre Fidelis?
Irenea bajó con dificultad al segundo piso, con la cara pálida. Emma la esperaba abajo.
“¡Su Alteza, Gran Duquesa!” (Emma)
“Emma…”
“No tienes buen aspecto. ¿Dijo algo la Gran Dama?” (Emma)
“…Parece que me equivoqué después de todo.”
Emma ladeó la cabeza.
“¿Sabes algo sobre el Padre Fidelis?”
“No. No sé mucho sobre la situación en el norte, Su Alteza.” (Emma)
“Creo que tendré averiguarlo, porque creo que he cometido un grave error.”
La falta de información era una forma segura de arruinarlo todo. Irenea decidió hablar con la jefa de doncellas.
* * *
Fidelis pisó tierra en el puerto.
El aroma del Norte, al que regresaba tras una larga ausencia, le hacía cosquillas en la nariz, sus ropas sacerdotales ondeaban con la brisa marina y quienes habían salido a verlo unían las manos en oración.
Benoit envió a alguien a recibirlo, Fidelis, al reconocer a alguien familiar, se acercó.
“Mayordomo Principal.”
“Padre Fidelis, tiene el mismo aspecto de siempre.” (Mayordomo)
“Eso es lo mismo que iba a decir. ¿Cómo ha estado?”
“Yo, bueno…” (Mayordomo)
La voz del mayordomo principal se apagó.
Fidelis era un invitado bienvenido, aunque afligido, además Fidelis le preguntó primero entonces al mayordomo principal no pudo continuar hablando.
“¿Diana está bien? Han pasado más de veinte años desde la última vez que nos vimos.”
Fidelis sonrió con amargura.
Diana Benoit Lizandros.
Antaño Gran Duquesa de Benoit, ahora reside como Gran Dama de Benoit.
“Ella está bien, Padre.” (Mayordomo)
El mayordomo principal inclinó la cabeza y respondió y Fidelis palmeó el hombro de el mayordomo.
“Qué suerte, espero poder ver a Diana esta vez.”
Y Diana también era la prometida que Fidelis había perdido contra su voluntad. Fidelis subió al carruaje.
Y así, el prometido de Diana, a quien Benoit había abandonado, regresó.
Por su hijo.
* * *
Eran alrededor de las 5 p. m. cuando la jefa de doncellas respondió a la llamada de Irenea, por fin había encontrado algo de tiempo libre después de terminar todo su trabajo. El Gran Ducado estaba ocupado con los preparativos de la boda de Irenea, así que era inevitable.
Irenea, que había estado esperando a la jefa de doncellas, incapaz de descansar bien, sonrió feliz dándole la bienvenida. Al enterarse de que Irenea se había reunido con la Gran Dama ese día, la jefa de doncellas pudo adivinar, en cierta medida, de qué hablarían.
“Su Alteza, Gran Duquesa.” (Jefa de Doncellas)
“Jefa de Doncellas, gracias por venir.”
“No, Su Alteza la Gran Duquesa.” (Jefa de Doncellas)
“Hoy la he invitado aquí, porque tengo algunas preguntas que hacerle.”
Irenea respiró hondo y se sentó, solo entonces la jefa de doncellas se sentó frente a ella.
“… En primer lugar, Sir Bigtail me sugirió que visitara a la Gran Dama unos cinco días después de llegar aquí. ¿Hay alguna razón para eso?”
“…” – La jefa de doncellas asintió.
Bigtail había hecho esa sugerencia para beneficio de Irenea.
“…Normalmente, la Gran Dama suele mantener un estado de ánimo similar, pero los días que Su Alteza el Gran Duque regresa del Palacio Imperial suele irritarse especialmente. Creo que por eso Bigtail le dijo eso, ya que ese estado de ánimo suele durarle unos cinco días.” (Jefa de Doncellas)
“Ah, ya veo. ¿Hay alguna razón por la que la Gran Dama se muestre tan sensible con el Palacio Imperial?”
“La Gran Dama parece preocupada de que la visita del Gran Duque a la Capital Imperial provoque que se impregne con el mal comportamiento de la familia imperial. Cree que la bestia que yace dormida dentro de Su Alteza el Gran Duque despertará.” (Jefa de Doncellas)
“¿La bestia? ¿Podría ser que Su Alteza el Gran Duque tenga algo que ver con semejante habilidad sobrenatural?”
“¿Cómo podría ser eso posible?” (Jefa de Doncellas)
La jefa de doncellas negó con la cabeza y esbozó una sonrisa amarga.
Irenea miró a la jefa de doncellas con expresión tensa, incluso si César poseía semejante habilidad oculta, Irenea podía aceptarla con la mente abierta. Dada la existencia de poderes sagrados, ¿no podría existir también la posibilidad de que él tomara prestados los poderes de las bestias?
Sin embargo, la historia que le contó la jefa de doncellas estaba muy lejos de eso.
“…La Gran Dama cree que todos los miembros de la familia imperial son bestias inferiores a los seres humanos. Sin embargo, dado que no solo la sangre del difunto Emperador corre por las venas de Su Alteza el Gran Duque, cree que debería ser educado para vivir como un ser humano. Por lo tanto, siempre le decía a Su Alteza que se mantuviera alejado de la familia imperial, incluso le dijo que la muerte sería más honorable que convertirse en Emperador.” (Jefa de Doncellas)
Irenea contuvo la respiración, sentía una opresión en la garganta. Si la Gran Duquesa había estado presionando a César de esa manera, ¿cómo se habría sentido César todo el tiempo? Había experimentado la vacilación y la agonía de César en una situación tan inesperada. César había sido educado así toda su vida, así que probablemente no habría estado contento de convertirse en Emperador.
Ahora entendía por qué no tenía un fuerte deseo de poder, también entendía por qué en su vida pasada, César se había arrodillado ante Rasmus con tanta naturalidad. Debió de pensar que podía protegerse así mismo, como ser humano.
“…César ya es… bastante diferente de la familia imperial. Él es muy diferente de esa gente codiciosa.”
“Lo sé, Su Alteza la Gran Duquesa. Su Alteza el Gran Duque posee un carácter inigualable, nadie podría vivir una vida tan dedicada a los demás como él.” (Jefa de Doncellas)
“Pero por qué…”
“Porque esa es la herida de la Gran Dama, teme que Su Alteza el Gran Duque se convierta en alguien como el difunto Emperador.” (Jefa de Doncellas)
Irenea suspiró.
Al final, ambos eran víctimas.
Parecía que Irenea no podía hacer nada por la Gran Dama. Sus heridas eran demasiado profundas y antiguas para que Irenea las alcanzara e Irenea tampoco tenía derecho a interferir en los asuntos de la Gran Dama.
Para la Gran Dama, ella seguía siendo solo una desconocida, además le había causado una mala primera impresión.
Irenea suspiró ante la difícil situación en la que se encontraba y le preguntó a la jefa de doncellas.
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