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Categorías: DramaR-15Romántico

DLHA – Cap 12 – Part2

CAPITULO XII – Parte II

«Mmm, esto es aún mejor, Karinna.»

‘Aunque sería más feliz si el osito desapareciera’.

Karinna sonríe ante las palabras de Basster. Deja en el suelo el osito de peluche que ha tenido en sus brazos durante una semana.

«Me gusta porque me hace feliz sólo con mirarlo, eso es todo», dijo Karinna.

Sólo lo miro porque me hace feliz. Abrazar al peluche me hizo hablar con él. Pude decirle cosas que a veces soy demasiado tímida para decirle al propio Basster.

«Y tú también».

Los ojos de Basster se abrieron de par en par.

«Para mí eres una persona radiante que me hace feliz con sólo mirarte, así que claro que prefiero tenerte a ti que a un peluche que no se puede mover».

Los lóbulos de las orejas de Basster se sonrojaron ante las palabras de Karinna.

Le rozó la nuca con los labios y asintió dejando su suave aliento pegado en su piel. Basster suspiró ante la suave sonrisa de Karinna.

«Juegas conmigo como con ese peluche, me tomas y me dejas una y otra vez».

«¿No te gusta?»

«Sí, pero me gusta más cuando no me dejas ir.»

Karinna sonríe ante las palabras de Basster. Asiente con la cabeza y vuelve a recibir su beso profundamente.

Algo resbaladizo y húmedo se deslizó entre sus labios cuando se chocaron la calidez de sus alientos. Sus mejillas se sonrojaron al sentir cómo su lengua le rozaba los dientes y le hacía cosquillas en el paladar. Basster se rió y acarició la espalda de Karinna, deslizando de a poco su bata.

∴※✻※∴

«Archiduque, ¿qué se supone que haga si interfieres así en mi trabajo?»

«No sé de qué hablas, ¿Cuándo interferí en tus asuntos?»

Las palabras del Emperador fueron recibidas con una mirada descarada. Debía de referirse a la «orden» dada, pero Basster que nunca se había entrometido realmente con su papel, sólo había hecho parte de la orden dada por él.

«El Vizconde Tyrian está emparentado con la Archiduquesa, eso lo entiendo, pero ¿por qué tocarías al Conde Buffo?»

«Fue mala suerte de su parte».

«… ¿Qué clase de mal chiste es ese?»

«No, no lo sé. Lo digo en serio».

El Emperador se enjugó la frente. El conde de Buffo, desconcertado por las acciones de Basster contra sus ‘negocios’, se había ido arrastrando poco a poco de nuevo hacia su guarida; y aunque no pudiera ocultarse totalmente por volumen de sus inmundicias y de su peso corporal, era seguro que lo que sucedió una vez, podría pasar dos veces.

«¿Estás protestando contra mí?»

«Nunca lo hice.»

«¡Entonces… qué demonios pretendes!»

El Emperador estaba furioso. Sus planes se habían visto frustrados por el hecho de que el Archiduque les había puesto las manos encima a todos y cada uno de ellos. El rostro del Emperador se contorsionó y miró a Basster sin vacilar.

«Préstame a Ten por diez días».

«Lo siento, pero es una persona valiosa, no una cosa, no puedo solo decirle que la presté”.

«¿Es eso lo que dices, aun viendo el desastre que has hecho con mis planes?»

«El otro día te dije que no te la prestaría más».

El Emperador suspiró profundamente ante la respuesta irónica de Basster. No le gustaba este giro de acontecimientos, lo mires por donde lo mires.

«¿Vas a acabar con los tres?»

«¿No ibas a exterminarlos de todos modos?»

«El Conde Palette seguía siendo de utilidad».

«No, extermínalo también».

El Emperador cruzó los brazos y las piernas ante las firmes palabras de Basster. Miró a Basster con ojos impasibles.

«He oído lo que ha pasado, pero si se trata de eso, ¿no tendrías que poner patas arriba todo el círculo social? Seguro que hay muchos rumores malos sobre la Archiduquesa rodando por ahí».

«Con su permiso, Emperador».

«Me temo que dirás algo irrespetuoso».

«Ya estoy a mitad de camino en eso, sin embargo, he oído rumores de algo más interesante, al parecer un miembro del Gremio de Inteligencia que estaba pretendiendo a Ten ha desaparecido sin dejar rastro, curioso, ¿no?».

La boca del Emperador se curvó hacia arriba al oír las palabras de Basster. Sus ojos rasgados brillaron con picardía, como un chiquillo al que le descubrieron una maldad bien hecha.

No es que yo esté haciendo un gran trabajo, pero tampoco lo hacía el emperador.

«Diez días, te lo agradecería, no puedes negarte, te enviaré un reemplazo».

«Su Majestad…”

«Es una orden, Archiduque».

Una voz escalofriante descendió sobre él. Ante las palabras del Emperador, Basster apretó la mandíbula. No podía rechazar la orden imperial.

«Pero te tomo la palabra y esta será la última vez. No puedo soportarlo más, no cuando estoy haciendo todo este trabajo sucio».

«¿Seguro que quieres llegar al final?»

«Debería. Ya no tengo edad ni soporte para ser divagando con esto».

Ante las palabras del Emperador, que incluyeron un comentario sarcástico de que estaba cansado de los regaños de los nobles, los ojos de Basster se hundieron pesadamente.

En cualquier caso, Basster llevaba mucho tiempo observando a Ten. Había una parte de él que esperaba que al final las cosas entre ellos salieran bien. Basster chasqueó la lengua y miró al Emperador. Ya se había decidido, por lo que no lo aplazaría más.

«¿Qué harías si Ten dijera que no?»

«Basster Kayenne.»

Los ojos del Emperador se agudizaron. Pero el rostro de Basster permaneció impasible, como si estuviera dispuesto a acabar con este asunto de un momento a otro.

«Te lo he dicho. Si cruzas esa línea no te aseguro nada, no todo es diversión y juegos para mí, ¿lo captas?»

«Creo que es una pregunta que puedo hacer como empleador de Ten».

El Emperador chasqueó la lengua al ver que Basster seguía hablando sin titubear. No le gustaba que nunca perdiera tener la última palabra.

«Nunca he considerado la posibilidad del rechazo. Tengo que hacer que funcione».

«Diez días. No te la prestaré más que eso».

«En diez días, tendrás que encontrar a alguien nuevo».

Basster suspiró al ver al emperador actuar tan confiado. Ten tenía la mayor parte de la mansión en sus manos. Es decir, una buena parte.

Por supuesto, Vincent estaba instruyendo a su reemplazo en el Archiducado, pero pasaría otro año antes de que estuviera listo. Al final, el trabajo del período vacío seguiría siendo de Basster.

Es bueno que tenga a Karinna.’

No quiero obligarla a hacer nada, pero sé que podrá solo con la mitad. Sabía que para ella es muy gratificante aprender sobre la marcha.

«Ahora que lo recuerdo, el trasero del vizconde Tyrian parece que está ardiendo, y ha estado correteando por todas partes en busca de que alguien lo auxilie».

«He oído que ha tenido algunos problemas de negocios y que sus finanzas van en picada».

«Mmm.»

El Emperador miró a Basster con una expresión incrédula en el rostro, a quien no le hacía ninguna gracia ver al hombre que había creado la situación, fingiendo descaradamente no conocer del asunto. El Emperador rió un poco, con la pluma rodando ligeramente en su mano.

Una oscura sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Basster, un atisbo de malignidad centelleaba en sus ojos carmesí. Los ojos del Emperador al captar esto, se entrecerraron y miró a Basster con reproche.

«Tú también eres un ser terrible».

«En realidad, aún no lo he tocado, sólo he cortado una vía de financiación».

«Eso es porque tienes un gran capital. Por lo que me parece, tarde o temprano se acercará a ti o a la Archiduquesa».

Basster parpadeó lentamente al oír las palabras del Emperador. Las comisuras de sus labios se crisparon. Era lo que había esperado, en realidad. Ver hasta dónde llegaría para mostrar su verdadera naturaleza rastrera y ponzoñosa.

El emperador se quedó un momento con la mirada perdida y luego rió con saña.

«Oh, lo siento, no es que esté por acercarse, es que ya se está acercando».

«¿Acaso has puesto…?»

«Tú también has metido gente en palacio, y que conste que no te los he tocado».

Los ojos muy abiertos de Basster se entrecerraron y chasqueó la lengua, supo a quién se refería sin que tuviera que decir nada más. Realmente buscamos algo diferente.

«Me retiro”.

«Oh no, ¿vas a volver a hacerlo?»

«Nunca he intentado exterminarlo».

«Si, sí. Al final, ni el Conde Buffo ni el Vizconde Tyrian son tus presas. Tú solo los debilitaste y demacraste, dándole a la Archiduquesa la oportunidad de degollarlos».

El Emperador desenvainó su espada imaginaria en diagonal sobre su garganta. Los ojos de Basster se entrecerraron mientras miraba al Emperador con una mirada feroz.

«¿Tienes algún problema conmigo sobre algo?»

«Bueno, ¿qué te parece?»

«No lo sé, voy a dejarte».

Basster inclinó la cabeza en señal de desaprobación. El Emperador no se molestó en detenerlo, aunque podía ver el fastidio en sus ojos.

El Emperador le tenía bastante aprecio. Si le pidieran que nombrara al noble en quien más podía confiar y que le cubriera las espaldas, nombraría a Basster Kayenne sin pensárselo dos veces.

Pero era el emperador. Una cosa era hacer la vista gorda y otra muy distinta dejarlo pasar por encima de él.

Bajó el bolígrafo de golpe, aun sonriendo, mientras lo rodaba en su mano. Rodó por la superficie y apenas se detuvo sobre la mesa.

«Escucha bien, Archiduque.»

«…»

«No voy a dejar que vuelvas a desbocarte en mi territorio sin mi permiso, y la única razón por la que esta vez sonrío y hago la vista gorda es porque temo que haga mella en el hogar que apenas has encontrado».

La boca redondeada en forma de arco y los ojos plegados en media luna del emperador le daban un aspecto afectuoso. Pero el aura que emergía de él, si tuviera que describirla, era todo menos buena.

«Miro para otro lado porque sé que lo haces para proteger a la Archiduquesa, que te ha entregado su corazón después de todos estos años de búsqueda sin resultados».

Frunció los labios lentamente, parecía relajado.

Pero su voz dejaba entrever que desenvainaría la espada y acuchillaría a su oponente en cualquier momento.

Basster ladeó la cabeza, con la boca aún fruncida, y bajó lentamente los ojos.

«Es algo que siempre tengo presente».

El ánimo del emperador se relajó por completo al ver que Basster se inclinaba ligeramente, y asintió obediente.

«Por supuesto que lo pensé».

«Creo que ya te lo he dicho antes, no tengo el más mínimo interés en este puesto, bastante tengo ya, y me asfixiaría en una posición más pesada».

Su voz era seca como un hueso. El Emperador miró los ojos carmesíes de Basster durante un largo instante y luego asintió lentamente.

Era un cargo pesado y exigente, incluso para un hombre que había pertenecido a la familia imperial toda su vida. El mero hecho de estar en esta posición era doloroso para el emperador. Basster lo sabía mejor que nadie, ya que era el más cercano a él.

«Sí, tú y ella son los únicos que lo entienden».

«…»

El emperador se inclinó en ángulo. Apoyó los codos en los reposabrazos y se echó hacia atrás. Un emperador arrogante, ése era su aspecto.

«Todos codician y adoran esta corona dorada, creyendo que no hay nada que yo no pueda hacer. Los plebeyos, y algunos nobles, creen que soy una especie de dios».

No se equivocaba. Las acciones del emperador tenían consecuencias, y rara vez fracasaba. Normalmente, su fracaso no era previsto por muchos. Era una posición que todos admiraban, pero eso solo incrementaba su soledad.

«En medio de todo, ¿cómo no voy a querer tener a mi lado a quien me hace sentir normal, a quien se atrevió a rechazar mi vida, a quien se atrevió a rechazarme durante tanto tiempo?».

Si a alguien se le pudiera ofrecer el codiciado puesto de Emperatriz, sería a Ten. Odiaba que la molestaran y se enorgullecía de su trabajo.

«Lo sé, y he tomado acciones para no interponerme entre ustedes. Hay una persona en la finca que Vincent está instruyendo. No creo que tengas que preocuparte por su reemplazo».

En lugar de decir mil cosas, Basster prefirió responder simplemente constatando un hecho decidido. El Emperador sonrió débilmente y asintió.

«Eres una de mis personas favoritas, lo sabes».

«Entonces, por favor, déjame ir, yo también tengo a alguien a quien quiero, por la que estoy preocupado y necesito irme».

«Adelante».

El Emperador le extendió la mano. Basster hizo una obediente reverencia y abandonó rápidamente la sala.

∴※✻※∴

«… ¿Quién dices que está aquí?»

«El vizconde Tyrian está aquí, dice que sólo quería ver cómo estabas. ¿Lo hago marchar?»

Karinna frunció ligeramente el ceño. Bajó los ojos en silencio, como si se lo estuviera pensando. Para ser sincera, nunca se le había ocurrido mirarlo a la cara.

«¿A qué ha venido?»

«No lo explicó a detalle, sólo dio el mensaje de que el vizconde Tyrian había venido a ver cómo iba su hija…»

Karinna torció la boca ante las palabras de Ten. Era ridículo y absurdo que usara tal excusa. ¿Cuándo le echó un vistazo cuando la tuvo meses enteros encerrada en el sótano?

«¿Y Nitens?»

«El joven amo aún no ha regresado de la Academia».

Karinna dejó los papeles que estaba mirando. Le dio un pellizco en la nariz al osito de peluche que estaba sentado a su lado y suspiró lentamente. No puedo quedarme escondida para siempre.

«Lo recibiré. ¿Dónde está?»

«No creí que le gustara demasiado la idea de que pasara, así que lo dejé esperando en la entrada».

Karinna sonrió y asintió a las palabras de Ten. En momentos así era bueno no estar sola. Las comisuras de los labios de Karinna se suavizaron. Tras dudar un momento, volvió a tomar los papeles.

«Dirígelo al salón. Voy a ocuparme antes de estos papeles, luego iré a su encuentro».

«Si, Su Excelencia.»

Ten hizo una profunda reverencia y dio un paso atrás.

«Aquí estamos, después de todo sucedió».

Sabía que vendría algún día, pero nunca esperé que fuera tan inesperado, brusco y grosero. De hecho, aún no sé si tenía modales.

Karinna parpadeó lentamente. Con Ten fuera de la habitación y el silencio descendiendo, el despacho era ahora un lugar cómodo. Todo lo que había parecido tan extraño estaba listo para ser recogido.

Las huellas de sus manos estaban aquí.

Todo le resultaba familiar. El terciopelo se ajustaba a su cuerpo sin ser rígido ni incómodo, y los materiales en la oficina estaban organizados a su gusto para facilitarle el acceso.

Karinna pensó que el poco sonido a su alrededor era acogedor, así que se puso manos a la obra.

∴※✻※∴

Tic, tic, tic, tic, tic.

El vizconde Tyrian, con las piernas temblorosas y los pies pataleando en el suelo, mira fijamente su taza vacía de té, pero nadie se acerca a rellenarla. Hace más de dos horas que espero bajo sus frías miradas. Puede que ya hayan pasado tres horas, pero el hombre al que ha venido a ver ni siquiera ha asomado la nariz.

«¿Cuándo va a venir? ¿Es así como la Archiduquesa trata a sus invitados?»

«Su Alteza llega tarde porque tiene algunos asuntos que atender».

«¿No crees que estoy harto de oír eso? ¡Llevas horas diciendo lo mismo!».

Las palabras del vizconde Tyrian provocaron una expresión de desagrado en el rostro de Ten. No le gustaba la idea de que una persona grosera entrara en la mansión que con tanto esmero había cuidado, pero la ferocidad con la que hablaba también era muy desagradable.

‘Debe haber sido duro para ti estar ahí abajo.’

Había oído lo que necesitaba oír, pero el carácter del vizconde Tyrian era aún peor de lo que sugerían los rumores. Su crueldad con las criadas y sirvientes era tal que Ten echó al resto del personal del salón.

«Ha sido un contacto no programado, pero que mi señora ha tolerado amablemente, así que, si hace más ruido, haré uso de mi autoridad para desalojarlo de este espacio».

«… ¿Qué? ¡Ja, estás demente mujer!»

«Está advertido, no haga más ruido que este, vizconde.»

Los ojos de Ten se abrieron bruscamente. Sus iris brillaron mientras masticaba y escupía cada palabra. Aspiró, con un atisbo de disgusto evidente en su rostro.

«¡Cómo demonios se supone que el Archiduque educó a esta simple sirvienta! ¡cómo te atreves, sabandija!».

«Es la directora general de la mansión».

Ten dio un paso atrás y se inclinó al oír una voz familiar. Karinna, que había entrado silenciosamente en el salón, dio un codazo a Ten cuando ésta se inclinó.

«¡Tú! ¡Como te has casado en un lugar muy bueno, ahora le faltas al respeto a tu padre!»

«Nunca lo hice.»

«¡De qué otra forma se puede dejar a una persona desatendida así durante tres horas!»

«Sólo has esperado tres horas, lo que me parece bastante bien porque te encuentras con alguien con quien no solicitaste formalmente encontrarte» respondió Karinna con calma, tratando de calmar su palpitante corazón. Se sentó despreocupadamente en el sofá, observando su rostro sonrojado.

Ahora podemos sentarnos uno frente al otro. Ella no tenía por qué estar a su lado, aunque él no le diera permiso. Ten se acercó y le hizo una breve reverencia.

«¿Quieres que le prepare una taza de té, Su Alteza?»

«No, gracias, no voy a quedarme mucho tiempo.»

«Ya veo.»

Ten sonrió satisfecha y retrocedió un paso. Los ojos del vizconde Tyrian estaban llenos de veneno. Respiró hondo y miró a Karinna con ojos fieros.

«Necesito que hablemos solo tú y yo en privado, así que para de morder la mano que te dio por tantos años de comer».

«¿Por qué necesitar hablar conmigo?»

«¿Qué, quieres decir que no puedo hablar con mi hija? ¿Qué es esto, por qué estás siendo vigilada?»

Bramó como si no pudiera soportar la idea de ser observado por un minuto más. Los ojos de Karinna se clavaron en la voz familiar que la golpeó como un rayo. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto.

«Es algo que yo solicité».

«… ¿qué?»

«Tienes razón en lo de la vigilancia, y después de lo que has hecho, ¿cómo puedo confiar en que te quedes a solas conmigo?» dijo Karinna, acariciándose lentamente la mejilla. Llevaba tanto tiempo expuesta a la violencia, que cómo iba a quedarse a solas con él, pensó, sabiendo lo que diría sin siquiera pensarlo.

Me levantaba las manos, me amenazaba, me gritaba palabrotas y me menospreciaba, pero ya nada de eso importaba.

Basster le dio permiso para usar lo que tenía. Así Karinna ya no tuvo que enfrentarse sola a sus miedos.

«¿Qué… insinúas que estoy loco? Ja ja, he venido porque tengo algo muy importante que decirte, así que pide que nos dejen solos por un rato».

Habló con los dientes apretados, como si intentara contener una oleada de ira que amenazaba con explotar. O parecía que estaba conteniéndose, ella sabía que no era así en absoluto. Karinna lo miró fijamente y luego volvió la cabeza hacia otro lado.

«¿Necesitas dinero?»

«… ¡¿Qué, qué?!»

«No veo por qué mi padre vendría a mí, aparte de necesitar dinero, necesitar apoyo con un negocio, o cualquier otra cosa relacionada con Basster».

Los hombros del vizconde Tyrian se crisparon al oír la voz impasible de Karinna.

Si no recuerda mal, cuando la dejó salir de su casa, estaba tan agotada de energía que ni siquiera podía establecer contacto visual con nadie…

‘¿Qué demonios ha pasado en este tiempo?’

El vizconde Tyrian no pudo evitar sentir un escalofrío en el aire.

Era diferente de cuando era una niña. Por su mirada, ya no era la joven que se rebelaba con un golpe infantil, sin saber nada, sino una mujer adulta que podía ejercer su poder y utilizarlo a su antojo.

Ahora no se rebelaba, intentaba igualarme.

De algún modo, eso le produjo una sensación de malestar.

«Tú, ¿de qué demonios estás hablando con tu padre?»

«¿No es así? Si no es así, le pido disculpas».

El vizconde Tyrian se estremeció ante la mueca de desprecio que se dibujó en la comisura de los labios de Karinna. Apenas podía mantener los ojos abiertos, no por miedo, sino por la miseria y la rabia que lo llenaban hasta el borde.

«Tú… Cómo te atreves…»

El vizconde Tyrian apretó los dientes y los puños, abriendo lentamente la boca.

«Un negocio ha salido mal y tengo problemas con la financiación. Con un poco de ayuda del Archiduque, podremos solucionarlo».

«…»

Karinna soltó una carcajada y se tapó la boca con la mano. Los ojos del vizconde Tyrian se abrieron de par en par ante la burla que retumbaba en sus oídos.

«Oh, lo siento, lo hice sin pensarlo.»

Frunció los labios lentamente. Qué pequeño e insignificante era su poder, y qué patético e insignificante se sentía ahora que lo veía. Que había vivido en un pozo tan pequeño, creyendo que era el fin del mundo.

Era patético y absurdo, y no pude evitar reírme.

«¡Puta loca!»

La mano del vizconde Tyrian se alzó en un gran movimiento parabólico.

Karinna se quedó mirando la mano que ascendía. Ten dio un paso adelante.

«Golpéame».

«¿Qué?»

La mano que aspiraba al aire se detuvo en seco.

«Te dije que me pegues, Vizconde Tyrian.»

«¿Qué, qué… qué, qué, qué? ¿Acaso estás tratando de retarme…»

«Basster dijo que no tenía que inclinarme ante nadie más que ante el Emperador…»

Técnicamente, en palabras de Basster, no tenía que inclinarse ante el Emperador, pero no quería parecer irrespetuoso con él.

Karinna dudó un momento, luego suspiró y volvió a hablar.

«¿Qué razón tengo para respetarte inclinándome ante ti?»

Karinna se enderezó, se echó hacia atrás y cuadró los hombros. Tenía los ojos fríos. No le daría el gusto de enfadarse como de costumbre. El vizconde Tyrian levantó los brazos, rígidos e inmóviles.

«Si vas a pedir un favor, no deberías traer sólo tus manos desnudas, deberías traer algo a cambio».

«… ¿Eres tú, Karinna Tyrian?» dijo el vizconde Tyrian, un poco aturdido. Por un momento pareció sumido en sus pensamientos. Karinna estudió su rostro.

¿Hubo alguna vez una Karinna Tyrian? Cuando lo piensas, nunca la hubo. Sólo hubo una marioneta del vizconde. Ella apretó los puños.

«No, soy Karinna Kayenne.»

Soy la única Archiduquesa de este Imperio, Karinna Kayenne.

«¡Qué bien te va a ir si se arruina tu sueño de familia ideal…, aunque ahora seas su mujer, llegará el día en que te abandone…!»

«Basster me dijo que confiara en él, que nunca me dejaría, así que le tomaré la palabra».

Karinna volvió lentamente a su tono normal. Se sentía incómoda, como si llevara una prenda desconocida, pero no la odiaba. Se sentía asustada y algo desagradable, pero no de un modo que le costara el respirar con normalidad.

«Así que por qué no vuelves por donde viniste mientras te trato como a un padre, y si tanto lo necesitas, puedes enfrentarte a Basster como es debido y obtener su permiso».

 

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