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MNM – Episodio 2

 

Rasmus era uno de los hijos ilegítimos del Emperador anterior y tenía una fuerte obsesión por el trono.  Rasmus era exactamente igual a su codiciosa madre biológica.

Rasmus no fue un buen esposo.

Era un h1jo de put4.

Antes de casarse con Irenea, Rasmus ya había llevado a Karolia a su dormitorio.  Además, mientras tenía relaciones con Karolia, se burlaba de Irenea.  Karolia hizo que Irenea le limpiara los pies y, después de la noche, la obligaba a servirla.

La verdadera Gran Duquesa, Irenea, fue tratada como una sirvienta.

Y al final, utilizando a Irenea, Rasmus se convirtió en Emperador.  Quizás hubiera sido mejor si eso hubiera sido todo.

Sin embargo, las maldades de Rasmus solo estaban comenzando.

El palacio estaba lleno de lujo y placeres, e Irenea se convirtió en una bailarina que danzaba frente a los nobles, siendo objeto de burla.  Rasmus puso a Irenea, que se convirtió en la Emperatriz, frente a la gente como la vulgar bailarina del país occidental.

El objetivo de Rasmus no era el futuro del imperio, sino el trono, y desde que se convirtió en Emperador, fue decayendo cada vez más.  Él era un tirano y un déspota.

Si se contrariaba un poco el temperamento de Rasmus, los habitantes del territorio eran masacrados.  Como contraprestación, si se alineaban bien con los caprichos de Rasmus, se podía ascender a altos cargos.  La historia de cómo un noble puso a su esposa en el regazo de Rasmus y consiguió el puesto de ministro de Finanzas se convirtió en un tema candente en la alta sociedad durante un tiempo.

La esposa, que le había regalado a su esposo el puesto de Ministro de Finanzas, se suicidó, incapaz de soportar la deshonra.

Irenea no podía soportar que su hijo naciera en ese infierno. Sin saber cuándo Rasmus le pediría una noche, comenzó a tomar píldoras anticonceptivas en secreto.

Incluso si un bebé nacía, era obvio cómo sería tratado.

La cruel Karolia no dejaría al bebé en paz, y la vida de Irenea como la madre del bebé tampoco estaba garantizada.

En algún momento, Irenea comprendió:

Esa atadura solo podía ser liberada con la muerte. Antes de que su vida pudiera ser manipulada aún más, Irenea tuvo que tomar una decisión.

Se quitó la vida.

‘¿Santa? ¡Que se vayan al diablo!’

Para Irenea, quien había sido arrastrada por la vida como un buey al matadero, atada con grilletes que no quería, parecía la mejor opción.

Sin embargo, el cruel destino no dejó ir a Irenea.

Envió a Irenea de vuelta al pasado.

La vida no siempre sale como se planea y una vez más volvió a ser lodo.

Pero esta vez no podía vivir la misma vida. Haber experimentado ese infierno una vez fue suficiente. La dulce e inocente Irenea ya no existía.

Una chispa brilló en los ojos de Irenea.

Desde afuera, se oía a Karolia gritar, pateando la puerta en un ataque de ira.

No es la sangre lo que es superficial. Es el carácter.

Afortunadamente, Dios no devolvió a Irenea sin más. Ella, que no tenía nada más que el nombre de Santa regresó con su divinidad grabada.

Quería ser feliz. Si era posible, al menos hacer felices a los demás.

Ella se propuso escapar de ese lugar.

Había aprendido de Rasmus que la felicidad se podía ganar.

Esta vez, era el turno de Irenea conseguir ser feliz.

Aunque pensaba que se había vuelto pesimista bajo la presión de las circunstancias, Irenea poseía una naturaleza fundamentalmente positiva y optimista. ¿Era un rasgo que heredó de su madre? ¿O quizás de su padre, cuya identidad aún desconoce?

Una determinación firme y recta estaba arraigada en el corazón de Irenea, tan inquebrantable que nadie la podía romper. Fue esa inquebrantable determinación la que le permitió elegir la muerte.

‘¡No podía permitir que un tipo así explote a mi bebé!’

Un bebé merecía ser amado y bendecido. No podía darle un padre tan inmundo como Rasmus a un hijo que ni siquiera había nacido. Sin embargo, Irenea no estaba en condiciones de escapar, y en aquel momento, tampoco había despertado sus poderes divinos.

Por eso Irene eligió la muerte y regresó.

Ahora, ya no les tenía miedo en absoluto. Tenía más miedo del futuro que traería al temerles y someterse a ellos.

Innumerables personas murieron usando a Irenea como excusa. Atrapada en un carruaje como un pájaro en una jaula, Irenea se vio obligada a presenciar muertes inocentes.

La última muerte que presenció fue la de César. Vio claramente su cabeza siendo decapitada ante ella.

Irenea aún recordaba su rostro, paralizado, incapaz siquiera de cerrar los ojos correctamente. Fue la muerte de la única persona que alguna vez había tenido un significado para Irenea.

‘¡De qué hay que tener miedo después de ver algo así!’

Irenea frunció los labios mientras avivaba la chimenea con un atizador.

¿Por qué, de todos los momentos, tuvo que regresar al instante en que estaba removiendo la chimenea de la cocina? Tenía que haber momentos mejores. Tal vez al despertar luego de un sueño tranquilo, o mientras contemplaba en soledad. ¿Acaso no hay momentos un poco mejores?

Pero ¿por qué ahora mientras se sienta en cuclillas, atizando la chimenea?

“¿Qué Santa…?”

“¿Eh?”

“No.”

Irenea negó con la cabeza. Claro que un momento a solas habría sido ideal para ordenar sus pensamientos, pero incluso ahora, las cosas no estaban tan mal.

De momento, el objetivo principal de Irenea era escapar de las familias del Archiduque Benito y el Conde Aaron.

Eso no parecía ser difícil.

Irenea ya había elegido a alguien a quien confiarle su cuerpo. Y había una razón por la que esa persona no podría negarse. Ahora, su cabello estaba cubierto de un tinte castaño oscuro, pero ella poseía un cabello plateado divino.

Incluso los ojos de dos colores, conocidos como los Ojos Malditos, eran una historia diferente si se les añade el cabello plateado.

Para lograrlo, necesitaba averiguar el momento exacto.

‘Y luego…’

Tiene que impedir que Rasmus se convierta en Emperador.

‘Y luego…’

Hagamos lo que queramos.

Antes, había vivido como un botín de guerra para las familias del Conde y el Archiduque, así que en realidad no había hecho lo que quería. Cuando regrese a su habitación, haría una lista de las cosas que quería hacer. Cuando pensó en eso, la idea la hizo tararear.

‘Voy a viajar. He oído que hay un lugar llamado el mar, más allá de Merrywhite.’

Merrywhite era el nombre que recibía el Palacio imperial, un lugar que brillaba blanco a la luz del sol. Había oído hablar del mar de un Archiduque, que había venido del norte. Decía que el mar del norte era tan frío en invierno que era difícil meter los dedos en él.

Sin embargo, en el caluroso verano, no hay mejor lugar como el mar del norte.

<“Ven a visitar el norte algún día.”>

<“¿Cómo podría hacerlo?”>

<“Los pájaros no están atados a una jaula, Irenea.”>

Entonces, eso significaba que podía volar en cualquier momento. Nadie le había dicho nunca a Irenea palabras tan amables. Rompió a llorar sin darse cuenta, incluso limpiándose los mocos con la túnica del Archiduque.

‘Ah. Qué recuerdo tan embarazoso.’

Uf.

Irenea volvió a remover la leña con el atizador. El plato favorito del Conde era una sopa hecha con un caldo rico de huesos de res. Incluso en un caluroso día de verano como hoy, el Conde insistía en encender fuego en la chimenea.

¿Cuántas horas llevaba haciendo eso?

En el pasado, Irenea no tenía recuerdos que evocar ni esperanzas que anhelar. Pero ahora, Irenea era diferente. Antes de regresar, Irenea había visto esperanza y pequeños recuerdos.

Su vida había estado marcada por la oscuridad y la codicia rancia, pero Irenea tenía la capacidad de extraer lo bueno de todo.

Anhelaba ver el mar invernal del norte.

Anhelaba sumergir sus manos en esa agua gélida.

¡Especialmente ahora!

Irenea se secó repetidamente el sudor que le perlaba la cara. La sopa necesitaba hervir a fuego lento durante mucho tiempo, para que se convirtiera en un caldo rico, así que tenía que vigilarla. Y en el caluroso verano, la Condesa siempre le delegaba esa tarea a Irenea.

Y luego consolaba a Karolia.

<“Mírala, Karolia. Como nació hija de una criada, ese tipo de lugar le queda bien. A diferencia de nuestra Karolia, que luce tan bien con esos vestidos tan bonitos.”>

Antes era bastante doloroso, pero ahora se había vuelto insensible. No les gustaba Irenea, así que Irenea decidió que ellos tampoco le gustaban. Pensar así, la hacía sentir más tranquila.

Además, Karolia tenía poca resistencia. Había llamado a la puerta tan fuerte que resonó por toda la cocina, y finalmente se desplomó de agotamiento, solo entonces Becky y las demás cocineras, que temblaban dentro de la habitación, finalmente encontraron la paz.

Sin embargo, el único problema era que había alguien que se vengaría de Irenea en lugar de Karolia, quien se había ido enfadada.

Becky preguntó con expresión ansiosa:

“Señorita… ¿se encuentra bien?” (Becky)

Los sirvientes, que habían estado murmurando, habían instado a Becky a que preguntara, realmente no les preocupaba Irenea. La única aliada en esa mansión era el atizador que sostenía en su mano.

A ellos les preocupaba su propia seguridad, no la de Irenea.

Nada garantizaba que las chispas que caerían sobre Irenea no les salpicarían a ellos.

Consideraban a Irenea, con su cabello castaño oscuro y desordenado colgando suelto, que era sofocante con solo mirarlo, como una ‘sirvienta’ a la que explotar, no como una jovencita a la que tenían que servir.

El templo reconocía la naturaleza divina de Irenea y la registraron como Santa. ¿Pero qué hay de ser una Santa?

Que sea una Santa no significa que tenga que ser amable con todos y perdonar a los malvados.

Irenea decidió odiar a quienes la odiaban con la misma intensidad.

Así es como Irenea, criada como una niña odiada, se protegería.

“¿Eh? ¿Qué tal? ¿Por qué no se esconde?” (Becky)

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