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Capítulo 69 – El Príncipe de los Cuentos de Hadas

* * * *

—Iré solo.

Ante esa orden, los pasos apresurados que pisaban los talones de Björn se detuvieron en seco ante la oscura catedral. Todos los ojos estaban centrados en él.

—Su Alteza, por favor, está oscuro y las escaleras son muy empinadas. — Protestaron.

—No. — Espetó Björn.

El Príncipe se acercó al curador* de la catedral con la mano extendida. Instintivamente inclinó la cabeza, luego se dio cuenta de lo que buscaba el Príncipe y le entregó las llaves y la lámpara.

(N/T: *Un curador es una persona o una corporación, tal como un banco ó una compañía de fideicomisos, designada por un tribunal para administrar una propiedad, la tenencia de un menor ó de una persona adulta que haya sido declarada legalmente incapacitada.)

—Voy solo, espera aquí.

Caminó hacia la puerta que conducía a las escaleras. Mientras suspiraba, su aliento salió como una espesa nube blanca que rápidamente se evaporó.

—Haish, todo esto porque no celebré tu cumpleaños.

Cuando escuchó por primera vez que su esposa se había escapado, no pudo evitar reírse, le parecía absurdo, muy infantil. Ella era la Princesa de un país, en una tierra extranjera, realmente era absurdo. Si ella hubiera querido causar tanto revuelo, al menos podría haberle advertido a él primero.

Cuando la diversión dio paso a la frustración y la ira, recordó el regalo que su esposa le había pedido, cuando estaban sentados tomando té justo al otro lado de la calle. Quería subir a la cúpula, como todos los demás amantes y besarse cuando sonaran las campanas.

No podía creer que recordara esa petición con tanto detalle. Recordó sus mejillas sonrojadas, el tímido susurro de su voz mientras hablaba y la brillante sonrisa en su rostro. Fue entonces cuando se le ocurrió que ella debía haber ido a la catedral.

Ya habían pasado varias horas desde que la atracción había cerrado, pero Björn tuvo una fuerte sensación en sus entrañas de que era a donde tenía que ir. Cuando llegó allí y no encontró señales de Erna, sintió la necesidad de revisar la cúpula.

No tenía sentido que alguien todavía estuviera allí arriba, especialmente en esta noche nevada, pero tenía que comprobarlo, necesitaba estar seguro.

Llegó aproximadamente a la mitad cuando su respiración se interrumpió y comenzó a jadear. Descansando un segundo, se rio para sí mismo. Las parejas que llegaban a la cima estarían juntas para siempre, había dicho Erna. Estúpidas iglesias y sus estúpidas supersticiones, era así en todo el país.

—Maldita Felia, malditas escaleras, maldita sea… — Estuvo a punto de decir Erna, pero se detuvo.

Con cada escalón que subía, se cansaba cada vez más. Le ardían los muslos y su aliento era caliente. Cada vez era más difícil creer que Erna hubiera hecho esa escalada ella misma. Con sus pies delicados y su vestido de encaje pesado. Si hubieran sido otras mujeres además de Erna, probablemente ya se habrían rendido.

Björn subió con dificultad el último tramo de escaleras, con la mente dispersa por todos lados, tratando de no pensar en el ardor en sus muslos y la tensión creciente en sus pantorrillas. Se obligó a dar un paso más, hasta que finalmente estuvo parado frente a la puerta.

Haciendo una pausa por un momento para recuperar el aliento y controlar su respiración, Björn abrió la cerradura y abrió las puertas de hierro que crujieron al moverse.

Cruzó la puerta y salió a un mundo completamente diferente. Estaba tan tranquilo y sereno que se podía oír el caer los copos de nieve. Era acogedor y frío y no parecía realista.

Björn caminó por el balcón hasta que encontró un banco escondido detrás de una gárgola. Sobre el banco había un pequeño bulto envuelto en una capa azul y temblando.

—¿Erna? — El nombre salió como un suave suspiro, Björn sintió que era pecado perturbar la calma aquí arriba.

—¿Björn? — Un rostro pálido asomó desde la capa, ojos rojos brillantes y mejillas empapadas lo consideraron.

Estaba furioso, pero también aliviado. Odiaba estar aquí tanto como estaba agradecido de estar aquí. Mientras sus emociones revoloteaban salvajemente como un ventisquero atrapado en una corriente de aire, Erna salió de su capullo.

—¿Eres tú, de verdad? — Dijo Erna. —¿Por qué estás aquí?

Las preguntas y el resentimiento llenaron los ojos de Erna al igual que las lágrimas. Björn la miró fijamente, mirándola y ella llenó sus fríos ojos grises. Dio un paso hacia ella, lentamente.

—Vine a desearle un feliz cumpleaños a Erna, de veinte años.

Una joven molesta, a la que no entendía en lo más mínimo, que siempre era tan lamentable y sin embargo tan bonita, su esposa y él realmente no tenían idea de qué hacer con ella.

—Feliz cumpleaños, Erna.

El cumplido salió como un suave susurro y cayó como un garrote sobre ella.

Suave y fría, como la nieve del invierno.

 

* * * *

 

Un grito agudo rompió la serena calma de la azotea. Erna saltó del banco y se alejó de Björn, dejando delicadas huellas en la nieve.

—¿Cómo puedes decir tal cosa, por qué eres así? Qué ridículo, ¿qué diablos soy yo para ti de todos modos? — Gritó ella. —¿Por qué tuviste que recordarlo?

Ella prefería que él lo hubiera olvidado.

—¿Por qué estás aquí? — Esperaba no volver a verlo nunca más. —¿¡Por qué viniste hasta aquí!? ¿Por qué?

Se había tragado la seta venenosa y esto es lo que obtuvo a cambio.

Sus emociones explotaron a través de las grietas de su corazón y la asaltaron. Resentimiento, odio. El hecho de que pudiera nombrar estas emociones, a pesar de que vivió su vida para no hacer daño a los demás, hizo que Erna se sintiera aún más herida.

Ella lo amaba, aunque sabía que él no sentía lo mismo por ella. Erna se dio cuenta en el momento en que vio a Björn frente a ella. Debería odiarlo, pero no pudo evitar ver su salvación. Era como el noble Príncipe de todos los cuentos de hadas, que acudía en ayuda de la Princesa en su situación más terrible. Con un solo beso, toda su pena y dolor se desvanecerán.

Sabía que no era así, su vida no era un cuento de hadas y, aunque estaba sufriendo, deseaba desesperadamente que fuera así con él. Se odió más a sí misma por eso.

—Vete. — Gritó. —Déjame en paz, te odio y no quiero volver a verte nunca más.

Ante eso, Björn se acercó a ella y Erna sintió su mano fría en su mejilla, secándole las lágrimas y aunque hacía frío, de repente sintió mucho calor.

Björn obligó a su cabeza a girar, a pesar de que ella luchó contra él tanto como pudo. Él sacó un pañuelo y comenzó a secarle las lágrimas. Incapaz de luchar más contra él, se soltó y lloró durante mucho tiempo. No pudo evitar pensar en lo feo y rojo que debía estar su rostro.

—Esperé. — Dijo Erna después de mucho tiempo. —Esperé mucho tiempo, en caso de que vinieras.

Por eso se había quedado, por eso se había retenido. Pudo admitirlo para sí misma y se abrió.

—¿Por qué no puedes pensar en mí como una persona especial? —Hizo lo mejor que pudo para contener las lágrimas. — Incluso si no es amor, ¿podrías darme un poco…?

« ¿Solo un poco de tu corazón?»

No se atrevía a decir las palabras en voz alta, todavía se aferraba a una fracción de su orgullo. Björn la estaba mirando, con ambas manos alrededor de sus mejillas y la campana comenzó a sonar.

Ella volvió a mirarlo, que había estado mirando hacia otro lado ante el sonido de la campana. Si subían las escaleras juntos, su amor duraría para siempre. Eso era lo que parecían decir las campanas. Tal como lo habían hecho todas las innumerables parejas que habían estado provocando su corazón todo el día.

—¿Ni siquiera puedes besarme? — Erna resopló.

Quería olvidar por un momento su aspecto y esperaba que se pudiera salvar algo. Cuando sonó la segunda campana, Björn se echó a reír.

—Dijiste que no querías verme.

—Sí.

—¿Pero por qué?

—Besar se hace con los ojos cerrados.

Erna se volvió urgente, las campanas no sonarían para siempre y de repente se sintió invadida por una desesperación ansiosa y nerviosa.

Björn se acercó y en ese momento, cuando el sentimiento de ansiedad llegó a su clímax al darse cuenta de lo que estaba haciendo, en el momento en que sus labios la tocaron, el calor que se elevó derritió el frío y la nieve.

Erna cerró los ojos y se inclinó hacia el beso. Se sentía como si las campanas estuvieran bendiciendo su amor y, al igual que los besos de los cuentos de hadas, sintió que toda la ira y el odio se fundían en amor y pasión. Un beso que prometía una eternidad de felicidad.

Su corazón revoloteaba como mariposas, a pesar de que todavía estaba llena de miseria sin fondo. Sabía que esto era sólo una ilusión, que habría algo más más adelante, pero por ahora, estaba dispuesta a creer que era bastante real.

Fue lento bajar las escaleras. Björn podía bajarlos bastante rápido, pero tenía que ir despacio por el bien de Erna. Había tomado la iniciativa con la lámpara en la mano y habitualmente miraba hacia atrás para asegurarse de que Erna no estuviera luchando. Fue cuando se acercaba el final que pudieron escuchar voces.

Erna dudó y cuando Björn se dio cuenta de que era por la conmoción que había causado, se rio. Incluso después de provocar tal escena, se atrevió a actuar recatada. Björn envolvió a su esposa con su abrigo y la abrazó.

—Si no quieres verme, te sugiero que cierres los ojos. — Dijo Björn en voz baja. —Eres buena en eso. — Añadió como chiste para tratar de calmar su nerviosismo.

Björn avanzó y abrió la puerta. Erna dejó de resistirse y enterró la cara en su brazo, como si intentara esconderse de la gente de afuera.

—No puedo creer que ella estuviera realmente allí arriba. —exclamó el cura.

Abriéndose paso entre la multitud de personas que se habían reunido para ver el espectáculo, Björn pasó junto a todos ellos y se dirigió al carruaje que esperaba. Metió a Erna dentro y subió después. La abrazó fuerte durante casi todo el viaje.

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